domingo, 13 de enero de 2013

Santuario en la roca



A estas alturas, y aunque pueda parecer pronto, he aprendido a renunciar a ciertas comodidades y privilegios de mi vida anterior: Uno ya no se ducha por placer, se ducha rápido con agua fría, rodeado de suciedad e insectos (son pequeños al menos) en una ducha inundada, y rezando para que los gargajos que se han oído antes de que el vecino malayo saliera del baño hayan caído en el cubículo de al lado. Uno ya no duerme por placer, se conforma con mal-dormir las pocas horas en las que la temperatura baja ligeramente y se puede estar tumbado sin pegarse a las sábanas y, por supuesto, siempre con el debido permiso de ese perro demoniaco que ronda el callejón de abajo, que tiene la capacidad de despertar a todo el edificio con un solo ladrido. Uno ya apenas come con placer, se come lo que hay, guste o no, y si son cabezas de pescado frito como el domingo por la noche, pues cabezas de pescado frito sean. De todas formas el calor y la humedad han conseguido lo que nada antes, (y las personas que me conocen mejor lo saben) han acabado con mi hambre constante y voraz.

Lo que si se sigue haciendo con mucho placer es visitar los sitios espectaculares que este país aporta en compensación a su clima, sus insectos, sus perros de ladrido estridente y los escupitajos de sus lugareños, y uno de esos sitios, puede que el mejor hasta ahora, es la zona de las cuevas Batu.

En una entrada anterior ya hablé de Rick, el americano que fuma en la azotea. La cuestión es que hablando con él hace un par de días se ofreció a llevarme en coche a estas cuevas, que se hallan a pocos kilómetros al Norte de Kuala Lumpur. Así que me reúno con él por la mañana del domingo y después de que el “big teacher” nos de las llaves de un coche propiedad de la ONG (Rick tuvo que insistir hasta que por caridad nos dio el que tenía aire acondicionado) ponemos el GPS y en marcha.

Las cuevas Batu son un lugar que deja boquiabierto a cualquiera nada más bajarse del coche. Es necesario mirar las fotos que adjunto para hacerse una idea, pero intentad imaginad una gran apertura que parece partir la montaña en dos, rodeada de jungla, flanqueada por una estatua dorada de 43 metros de altura y rematada con una escalera de 270 escalones que sube a la gran cueva. El santuario está dedicado al dios Tamil Murugan y es a él a quien representa la gigantesca efigie.

La gran escalera al santuario

Alrededor de la entrada al santuario principal hay templos a otros dioses, entre ellos el dios mono Hanuman y Shiva. Allí es donde descubro que Rick es hinduista al verle aparecer con el Bindi o tercer ojo pintado en blanco en la frente por un sacerdote. Me pide paciencia mientras hace sus rezos y mientras yo miro los murales con iconografía hindú colorista que hay por allí, él da tres vueltas al templo mientras se inclina regularmente recitando sus mantras.

Rick es un tipo amable que me cae bien, está casado con una India y tiene una casa en el Sur de este país. Lleva a una vida plenamente asiática (India para ser exactos, nada que ver con la vida en ningún otro país del continente), hasta el punto en que un momento en el que debemos pasar descalzos a un templo al sol y el suelo de una gran explanada está hirviendo me pide perdón por su desconsideración: “a veces no recuerdo que a los occidentales os molestan estas cosas” dice con sorna. 

Decido entrar a la cueva descalzo, como hace mi compañero, pronto me arrepentiré amargamente de esta decisión. Subimos los 271 escalones en dos tandas, pues el anciano Rick debe parar a la mitad para descansar, en ese momento aprovecho para tomar algunas fotos de la entrada de le cueva y de la gran estatua dorada que se eleva al píe de la gran pendiente escalonada. La formación rocosa en la que estamos a punto de penetrar es realmente escarpada e irregular, constituida de roca que parece rugosa y relativamente blanda, como arenisca, sobre la cual la caprichosa erosión ha moldeado formas casi artísticas que parecen dientes en torno a la gran apertura.  Algunos de estos grandes “dientes” afilados y retorcidos como serpientes de roca parecen a punto de caer sobre los hindúes que entran y salen de la montaña. Esta visión sensacional, embellecida por la naturaleza salvaje y enraizada en la roca que cubre el resto de la montaña y desciende sobre la cueva como un alud verde, me hace sentir mal por no poder quedarme allí a vivir, o al menos durante el resto del día, hasta poder ver el sol ponerse sobre la lejana Kuala Lumpur, aún adivinada en el Sur neblinoso.

Al atravesar el orificio y cambiar el sol radiante que luce en este domingo por la oscuridad trémulamente tamizada por fuegos rituales del interior, mis ojos tardan unos segundos en acostumbrarse y percibir la inmensidad de la caverna principal. 

Muchas gotas caen del techo con hipnótica cadencia, formando charcos oscuros de agua estancada, espesada por excrementos de murciélago. Además de decenas de pequeños macacos que campan a sus anchas por allí dentro, esparciendo la basura que los encargados del templo agrupan, sin demasiado entusiasmo, en montones en las esquinas, hay gallinas, cuyos gritos son amplificados por las bóvedas naturales de la caverna, y algún perro que olfatea y persigue al resto de la fauna que allí habita. Ninguno de estos animales es reconocido por su pulcra higiene, y los hindús que por allí caminan escupiendo y tirando desperdicios a los animales tampoco contribuyen a que me sienta más a gusto sin mis zapatillas, que he dejado al píe de la gran escalera. Al menos llevo los calcetines, así que me los pongo y decido no pensar demasiado en lo que estoy pisando. 

Por suerte, las formaciones intrincadas de roca que muestran las elevadas paredes interiores y los jugueteos de los simios, que se pelean, se persiguen y trepan ágilmente por las escarpaduras, ayudan a evadirse.

Entrada al santuario
Formaciones rocosas de la entrada

En la primera estancia de la cueva hay varios templos en forma de pequeños edificios, pero no consiguen (quizá no lo pretendan), llenar el espacio colosal de la caverna ni eclipsar su grandeza, pasando en cambio casi desapercibidos. Mientras Rick realiza sus rezos, me paseo boquiabierto hasta que me duele el cuello de mirar hacía arriba. Observo entonces a los monos, macacos asiáticos estandarizados como los que pueden verse en tantos países de aquí hasta Pakistán, pero ligeramente más finos y alargados, quizá adaptados para trepar por rocas en vez de por árboles. En cualquier caso, como siempre, resulta muy divertido ver como se acercan a las personas y recogen los desperdicios que estos les echan. De vez en cuando alguno se pone tenso y abre la boca a modo de amenaza, ante lo cual me alejo con respeto, a sabiendas de que una leve mordedura o arañazo de estos pequeños cabrones podría mandarme para casa (Rick me cuenta después que si te muerden puedes ir también aquí al hospital, donde te pondrían 10 pinchazos en el estómago para prevenir las diferentes enfermedades que rezuman de sus dientes y uñas).

Subimos más escaleras y accedemos a una caverna secundaria y más pequeña con otros dos templos. En esta nueva estancia una gran apertura deja penetrar la luz exterior y si se mira hacía arriba se ve como la vegetación ha ganado terreno y se ha colado en la cueva por las paredes, con lianas y árboles que crecen casi en horizontal. Los monos siguen peleándose y trepando en manadas rapidísimas por las rocas verticales: 

http://www.youtube.com/watch?v=vRybxjhI1R4 

Caverna superior

Por desgracia, en esta parte de la cueva no hay demasiado más que ver, así que abandonamos el frescor cavernario y salimos de nuevo al sol demoledor. Hay otra gran sección de la cueva visitable, que desciende a lo más profundo de la montaña con lagos subterráneos y, según Rick, “really big and nasty insects”. El problema es que hay que pagar y el recorrido dura al menos tres horas. Rick tiene que estar en la oficina de la ONG en menos de dos así que decidimos comer algo y volver y yo me propongo pasarme por allí otro día aunque sea solo a ver esos insectos (no está a más de una hora de donde vivo).

Bajamos y me pongo las zapatillas por fin, mis calcetines están muy mojados y llenos de pura mierda de todo tipo de animales… Después cruzamos una hirviente explanada y nos metemos en lo que según Rick es uno de los mejores sitios para probar verdadera comida cocinada al modo Tamil, del Sur de la India. Pido lo mismo que él, un delicioso plato combinado de los típicos con arroz como base, verduras, un pedazo de salsa ultra-picante, chapatis y patatas con una salsa diferente, y comemos con la mano sobre una hoja de plátano (el sitio es tan local que no hay ni cubiertos ni platos). Me voy acostumbrando a comer con la mano, Rick me da algunos consejos para coger el arroz y mezclarlo bien con la salsa y hacer que no se caiga en el proceso de llevarlo hasta la boca con la mano derecha. Es muy, muy, importante que la mano izquierda no se use para nada (en el resto de la vida de estas gentes tampoco se usa, ni para dar la mano, ni para alcanzar algo, ni para tocar a otra persona), es algo que se considera tremendamente ofensivo y puede resultar motivo de conflicto, pues es una mano que se dedica, digamos, a otros menesteres: ellos no usan papel de váter.

Rick me cuenta como su mujer india le enseñó a no usar su mano izquierda a base de golpes y cuando, en un momento de lucha para cortar el chapati usando solo una mano se me escapa una rápida ayuda con la mano prohibida, se ríe a la vez que mira precavido por si lo han visto los camareros. Yo, por supuesto, si uso papel de váter, pero ellos no lo saben, y así es su tradición que hay que respetar.

A lo largo de la mañana, Rick me ha contado muchas cosas sobre su vida, sobre la India y sobre el hinduismo. Me ha contado que se separó y se fue a la India, donde se enamoró de otra mujer y decidió abandonar su antigua religión cristiana y convertirse, primero para que los padres de ella les dejaran casarse (aún después de la conversión le ponen reticencias y, de hecho, ella no está aquí porque los padres temen que se casen en secreto en Malasia), y después por convencimiento pleno. Que construyó una casa allí, en Tamil Nado, desde donde puede ver elefantes todas las mañanas, si bien estos animales no le gustan porque ha visto casas completamente arrasadas por sus avalanchas. Y que el dios Hindú que ha elegido es Krishna, dios del amor, representado en la iconografía por un bebé azul.

Después de la agradable comida fumamos un cigarrillo junto al coche y Rick me da las gracias por haber venido con él al templo (es justo al revés, yo debería darle las gracias por haberme traído), dice que se lo ha pasado bien y que se alegra de haberme podido ilustrar un poco sobre su religión.

Durante el regreso el GPS nos la lía, así de sencillo, se dedica a darnos instrucciones erróneas durante todo el camino con su molesta voz mecánica y nos pierde por una barriada de casas acomodadas hasta que casi terminamos por arrojarlo por la ventana. Tardamos muchísimo en llegar y nada más hacerlo, Rick se pone a sus quehaceres con la organización y yo me subo a descansar.
Más tarde me encuentro por allí a Sherry, la chica malaya que fuma conmigo ya como costumbre, es de padre Indio y madre china, y habla inglés y chino mandarín perfectamente. Chica maja e inteligente, además de bastante atractiva. Después, cuando cae el sol y el cuerpo recupera parte de la energía que el calor le ha estado robando durante todo el día, buscamos al viejo yankee y nos vamos los 3 a tomarnos unas cervezas al food court, un patio con mesas y mucha comida en plan buffet que siempre está lleno de chinos.

Los 3 formamos una terna divertida y bien complementada, con representación europea, americana y asiática. Además de todas las cosas interesantes que Rick sabe de la India, fue trabajador social en Estados Unidos durante años antes de expatriarse, así que por fin puedo hablar con alguien que de verdad sabe sobre lo que más me interesa de los States, los Rednecks!

Allí hablamos durante horas, hasta que nos dan las 3 de la mañana. Y nos vamos a la cama contentillos. El día siguiente, Lunes, es mi primer día de trabajo y parece que lo afrontaré con una moderada resaca. De todas formas, me acuesto contento por haber encontrado tan rápido gente con la que estar a gusto y compartir conversaciones largas, y siento por primera vez que me estoy adaptando a mi nueva vida.



6 comentarios:

  1. Te veo bien chaval. Buenos relatos. Por cierto ¿cómo se dice Vitín en malayo?

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    1. Pues no se como se dirá vitin en malayo aún, pero es un idioma divertido de hablar, para los plurales repiten la palabra, por ejemplo libros se dice "buko buko" y coches "kereta kereta"

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  2. curioso lo de la mano izquierda! me alegro de que te vayas adaptando a tu nuevo habitat. sigue así de feliz :)

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  3. Vitin! Me alegro que vayas haciéndote con tu nueva vida y la estés disfrutando!
    Un abrazo.

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  4. Tendrás problemas con los macacos...siempre dan problemas los macacos

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