Es viernes
por la noche y estoy casi solo en la oficina. Hace más de dos horas que he
perdido toda esperanza de encontrar a alguien para hacer un plan decente, ir al
centro y tomar unas cervezas. Así que empiezo a pensar que voy a tener todo un
sábado y un domingo enteros y sin resacas para hacer un pequeño viaje. Miro el
mapa en busca de destinos cercanos a Kuala Lumpur que sean de mi gusto y leo
sobre Malaca, una pequeña ciudad a dos horas al Sur, antigua capital de
Malasia, con una apabullante herencia colonial. En poco tiempo me preparo una
ruta interesante y completa para dos días, meto cuatro cosas en mi mochila,
pongo la alarma a las 6:30 de la mañana y me acuesto.
A la mañana
siguiente tras una ducha rápida, salgo sin desayunar y a buen paso hacia la
estación de autobuses de Puduraya, a dos paradas de tren y veinte minutos
andando de Segambut. Una vez allí, me encuentro con el caos asiático
característico de cualquier lugar concurrido: taxistas que, pese a ver que
entras en la estación, te dicen que si quieres que te lleven al hotel,
mendigos, backpackers, y muchas compañías de autobuses diferentes cuyos
encargados salen del puesto, gritan para atraer a los clientes y se hacen
agresivamente la competencia. Bien, porque a mí esto me encanta, si bien al
entrar y preguntar por allí: FAIL! El autobús desde Kuala Lumpur a Malaca lo
opera solo una compañía y resulta que es una de las que se han cambiado a la
nueva y gigantesca estación de Bersepadu Selatan, considerablemente lejos de
Puduraya.
Bueno, salgo
de allí y empiezo a pensar cómo demonios voy a llegar a la otra estación sin
que se me haga demasiado tarde y el viaje ya no merezca la pena (tengo pensado
ver toda la ciudad de Melaca en el mismo día y el Domingo viajar más al Sur
para coger un barco e ir a una isla que tiene muy buena pinta). Primero pienso
en el taxi, pero los malditos bastardos taxistas que andan por allí se niegan a
poner el contador, dicen que me llevan por 30 ringgit, 10 pavos, precio fijo
(con contador serían menos de 10 ringgit, seguro). Como yo no pago abusos, les
suelto un par de improperios furiosos y me voy de nuevo hacía la estación de
tren mirando el mapa y calculando el tiempo, voy a tardar casi una hora en
llegar a Bersepadu Selatan. Durante un momento pienso en desviarme e ir hacía
el parque del lago de KL que aú no he visitado y está cerca, dejando Malaca
para otro fin de semana… pero entonces pienso en las playas de ensueño que me
esperan en Pulau Besar (la isla a la que quiero ir el Domingo) y aceleró el
paso a la estación.
Una vez
allí, todo es más ordenado y occidental. De hecho, el autobús en el que me subo
(el primero que cojo en Malasia) es el más cómodo en el que he viajado nunca,
nada que ver con las latas de conservas con ruedas nepalíes, en los que ponen
más asientos de los que caben de forma que se acaba yendo horas con las piernas
inmóviles, aplastadas y contorsionadas. Durante el agradable viaje procuro no
dormirme para poder ver el paisaje del Sur de Selangor y de la región autónoma
de Malaca, así como para leer un poco la guía, tomar notas y acabar de perfilar
la ruta por la ciudad. La modernidad y
calidad del autobús y de las carreteras malasias me hace pensar en la riqueza
del país, en como la situación privilegiada de sus puertos, justo en medio de
las principales rutas comerciales entre India y China y protegidos del gran
océano por la inmensa isla de Sumatra, lo ha hecho prosperar por encima de sus
vecinos desde mucho antes de que las potencias coloniales pusieran sus ojos
codiciosos en la estrecha península. Resulta interesante además, analizar la
diferencia entre esta situación y la de Nepal, volviendo a las comparaciones
odiosas entres los autobuses de un país y de otro. La fascinante tierra nepalí
también se encuentra justo en el medio de las grandes potencias que condicionan
y han condicionado siempre el desarrollo del continente asiático, India y
China, si bien, y pese a que las rutas por tierra serían a priori las más
lógicas y utilizadas, la barrera natural del Himalaya lo cambia todo, haciendo
que sea mucho más fácil fletar barcos. Mientras pienso lo curioso (y lógico por
otra parte) que es que una cordillera haya condicionado tanto, para bien y para
mal, a todo un continente, sus rutas de comercio y la distribución de la
riqueza y la miseria entre sus territorios, llego a la estación de Malaca
Sentral, un lugar abyecto que ahuyenta todas mis divagaciones.
Allí el caos
asiático se vuelve extremo y llega a molestarme. Voy muy tarde porque el
autobús se ha retrasado, me quedan tan solo 5 horas de luz para ver una ciudad
entera, pero aun así quiero comprar el billete de vuelta a KL por si acaso se
agotan antes del domingo por la tarde. Vuelve a haber muchas compañías
diferentes, los destinos no están claros y la gente habla peor inglés que en la
capital. Me indican mal, me intentan vender billetes que no quiero, y cuando
por fin encuentro lo que busco, me cobran más de lo que me costó el billete de
ida. Salgo enfadado y para colmo no encuentro un taxista que quiera poner su
maldito contador así que acabo pagando 20 ringgit por ir hasta la ciudad desde
la odiosa estación, que además está en las afueras.
El taxista
al menos es amable y me pregunta que hago viajando por allí así que hablamos un
poco antes de que me deje en la plaza del ayuntamiento de Malaca.
La pequeña
plaza ayuda a hacerse una idea de lo que es Malaca, una ciudad que ha pasado
por manos de indios musulmanes, portugueses, holandeses, británicos y malasios
(en ese orden y siempre con mucha influencia de los chinos, que no conquistaban
pero siempre andaban por allí). El edifico del ayuntamiento es rojo, de la
época holandesa, muy colonial. Por sí solo no goza de una gran
espectacularidad, pero integrado en el conjunto formado junto con la iglesia de
Cristo, también roja y construida en 1753 por los holandeses con ladrillos
rosas traídos de Zelanda (Países Bajos), la fuente del periodo británico dedicada
a la reina Victoria, los rickshaws (taxis-bicicleta que aparecen por doquier en cualquier parte
de Asia) multicolores y adornados con
flores que hay por toda la plaza y los árboles tropicales, resulta una imagen
muy pintoresca.
Plaza del Ayuntamiento |
A pocos metros se encuentra el río Melaca, cruzado por un
puente que pasa junto al bastión holandés, un pequeño fortín de ladrillos anaranjados
con cañones apuntando a la desembocadura del estrecho río, y en frente empieza
Chinatown.
Chinatown |
Una vez en
el distrito chino, me desvió de la calle principal y paseo un rato por la parte
sur del barrio. La arquitectura de los edificios bajos de esta zona es muy
curiosa, pues los comerciantes baba (chinos nacidos en el estrecho de Malaca)
construyeron aquí sus casas combinando la arquitectura china, holandesa y
británica y dando lugar a un estilo que se conoce como paladino chino o barroco
chino, muy interesante de analizar:
Solo consigo
entrar en una de las casas, un anticuario con decoraciones y muebles carísimos
y de gran calidad pertenecientes a los baba, y la verdad es que el interior es
aún más cautivador que el exterior. Los dueños charlan en torno a un té en un
patio abierto donde se respira gran tranquilidad. Ni me miran al pasar, pues no
hace falta provenir de una estirpe milenaria de comerciantes para deducir que
no soy el perfil que va a comprar ninguno de los variados artilugios que venden.
No obstante, me introduzco algo más en la tienda y llego a la parte trasera,
que tiene una espectacular piel de tigre colgada en la pared, un pequeño
estanque, y arriba, una sala abierta al exterior por el techo, y llena tan solo
con una mecedora que mira a una gran pared blanca. Todo es muy zen en aquella
tienda, así que me quedo un rato mirando cuadros, mapas antiguos, esculturas y
maquetas de barcos, muy relajado.
Anticuario Baba |
Cuando salgo
de nuevo a la algarabía de Chinatown, sigo bajando por la calle de los baba y
me encuentro con un palacio espectacular encajonado malamente entre dos casa
más bajas (el sobrepoblamiento asiático, una constante), un hotel con unos
azulejos con animales muy llamativos y un pequeño templo taoísta. Como
curiosidad, para quien le interese, es interesante contar que en los diversos
templos que vi en el barrio chino de Malaca (había bastantes, algunos muy
pequeños, sucios y sin señalizar como si fueran tiendas, y algunos muy grandes,
sobre todo dedicados a la diosa de la misericordia, Guanyin), descubrí unas
estatuas horrorosas de barro representando una especie de perros o animales no
identificados debajo de cada altar, a veces cubiertos por una sábana. Es
posible que estos “perros” representen demonios que han sido derrotados por las
deidades que se encuentran sobre ellos, en el altar, aunque algunos de ellos
también tienen ofrendas dispuestas a su alrededor (no estoy seguro de esto, si
alguien sabe que significa estaría bien saberlo, lo miraré por intelné de todas
formas).
Perro de aspecto siniestro |
En el barrio
chino, además de los muchos templos, hay tiendas de linternas chinas rojas y
doradas y de ungüentos curativos o funerarios, lo cual aumenta
considerablemente la diversidad de olores y colores y crea una atmósfera
agradable y exótica. También hay muchos masajistas de píes:
Masajista de píes |
Son como las
3 de la tarde y solo he comido un bollo en la estación, así que el hambre
aprieta ya demasiado como para andar buscando un sitio con buena pinta para
comer y, como tantas otras veces, acabo metiéndome en el primero que veo. Allí,
una chica muy tímida y sonriente me sirve lo único que tienen: unos noodles
caseros estilo cantonés (son como dumplings vacíos, los dumplings son muy
típicos en china, son parecidos a los ravioli pero hechos de pasta de arroz) y
una sopa de bolas de pescado que parecen pelotas de ping pong y saben parecido.
Me lo como todo ante la sonriente mirada de la abuela del local, que no me
quita ojo y que al irme inclina silenciosamente la cabeza con mucha aprobación
y contenta de que no haya dejado nada en el plato. Una de las cosas buenas (y
al mismo tiempo malas) de viajar solo es que no se pierde ningún tiempo con la
sobremesa en días en los que se quiere ver mucho y se dispone de pocas horas.
Suprimo también la parada del cigarro pues por la tarde quiero andar hasta las
afueras donde tengo entendido que hay un cementerio chino medio abandonado que
pinta interesante.
Siguiendo
por Chinatown llegó al poco rato a la increíble “calle de la armonía”, una vía
estrecha y concurrida que en escasos cien metros ostenta una antigua mezquita
(muy curiosa porque fue construida por hindúes, por lo que en su arquitectura
se mezclan elementos árabes, indonesios – porque los musulmanes del Sur de Asia
también se establecieron en Sumatra y Bali – e hindúes), un templo hinduista
(bastante estándar y muy sucio, aunque tuve la posibilidad de asistir a los
rezos) y uno taoísta (muy parecido a los ya descritos en esta y otras
entradas).
Cuando acabo
de caminar despacio por allí, fascinado por la calle de la armonía, y visitar
los tres templos, vuelvo a cruzar el río para subir al monte de San Pablo,
coronado por las ruinas de la iglesia portuguesa homónima. Las ruinas católicas
me resultan misteriosas y atractivas, pues se hallan rodeadas de algunos
árboles tropicales y contienen una entrada, cerrada por desgracia, a unas
catacumbas (¿por qué demonios no dejarán entrar casi nunca a las catacumbas de
las iglesias y sí a cualquier otro cementerio?). El sitio, combinado con la
vegetación, un pequeño cementerio holandés que se encuentra en la ladera, y la
gran puerta de Santiago más abajo (lo único que queda en píe de la fortaleza de
A Famosa, levantada por los portugueses en el año 1512) es bastante
espectacular, muy digno de aparecer en el próximo Uncharted. Por desgracia, lo
sería aún mucho más sino fuera por los ruidosos turistas chinos que se
arremolinan haciéndose fotos estúpidas en todas partes y las rickshaws, que
ante la falta de clientes encienden los potentes bafles que han instalado en la
parte trasera del asiento del pasajero y hacen sonar el Gangam Style a todo
volumen (de verdad que le estoy cogiendo auténtico asco a esta canción,
omnipresente aquí sin importar donde vayas).
Porta de Santiago y iglesia de San Pablo |
Cuando acabo
de pasear por el monte San Pablo, atravieso los jardines del palacio del Sultanato
(un gran edificio típico malayo con doble tejado, construido supuestamente sin
usar ni un solo clavo, solo encajando la madera) y empiezo la que será la
caminata más larga del día, a lo largo del río hasta Villa Sentosa.
Villa
Sentosa está en el barrio de Kampung Morten (nombre un tanto siniestro para un
barrio tan agradable), un distrito de cabañas malayas situado a lo largo de un
meandro del río Melaca. Allí, un miembro de la centenaria familia Sentosa, me
enseña la casa con una amabilidad que enamora. La gran cabaña es a la vez su
casa y el museo de su familia, y está decorada como si siguiera en la época
colonial. Hay cerámicas Ming, muebles y decoraciones muy barrocas, un gong, un
árbol familiar gigantesco, muchas fotos de los señores Sentosa y un gato con
bastante mala leche. Antes de irme y dejarle un pequeño donativo al buen
hombre, pongo mi nombre en el último libro de visitas de una extraordinaria
columna de ellos que se halla junto a la entrada. Mientras lo hago, el señor
Sentosa me habla de millones de visitantes (algunos famosos) que han dejado sus
nombres allí desde hace más de 50 años.
Kampung Morten |
Muy contento
porque la visita a la villa Sentosa me ha gustado más de lo que esperaba, sigo
hacía la iglesia de San Pedro, a las afueras. Es el templo católico más antiguo
de Malasia, y tengo la suerte de presenciar una misa. Resulta muy curioso ver
una iglesia cristiana llena de chinos y malayos rezando al unísono, después
despliegan una gran pantalla y se proyecta un vídeo con letras de canciones que
todos cantan (la letra básicamente repite una y otra vez “cristo nos ama y vela
por nosotros”), es hora de seguir la marcha.
Consulto el
mapa para encontrar el camino al cementerio chino, que como ya he dicho, se
halla prácticamente fuera de la ciudad, en una colina (todos los cementerios
chinos se sitúan en las laderas de lomas para optimizar el fengshui positivo).
Nunca he estado en un cementerio chino así que tengo bastante curiosidad,
además para llegar me adentro por un camino boscoso de chabolas muy atractivo y
en el que se respira cierto aire remoto. Una vez en la colina funeraria, el
abandono resulta evidente, si bien la vegetación aún permite caminar bastante
cómodamente entre las tumbas. Estas son bastante extrañas y minimalistas, más
parecidas a túmulos funerarios que ha lápidas al uso. Me recuerdan un poco a
las casas de los hobbits del Señor de los Anillos, pero en miniatura.
Cementerio chino |
Al descender
la colina me pierdo un poco, así que pregunto a un señor mayor que hace
ejercicio por allí. Es uno de esos ancianos chinos que parece estar en mucha
mejor condición física que cualquier joven occidental, muy cordial, me indica
el camino a la perfección, además me enseña un atajo que pasa por otro templo,
este lleno de turistas chinos. Van en varios grupos con guías muy charlatanes y
en un momento me incluyo en uno de ellos y asiento como si entendiera todo lo
que el guía dice, confundiendo al personal.
Cuando salgo
ya está oscureciendo, así que decido buscar un hostal donde pasar la noche. La
guía habla de uno llamado Sama-Sama que es el más barato de la ciudad y está
justo en medio de la calle de la armonía así que allí voy (puede que también un
poco por el nombre). Cuando llego una Indonesia guapísima me lleva al
dormitorio principal, con 18 camas y relativamente limpio y habitable. La ducha
en cambio está llena de arañas pero es necesaria después de un día caminando
bajo el calor endiablado de Malaca. En la habitación solo hay una chica,
oriental, así que le pregunto qué se puede hacer por allí en una noche de
Sábado. Me indica un par de sitios pero no se ofrece a acompañarme, de manera
que después de descansar 15 minutos y esconder mis cosas bajo la cama me marcho
a ver que se cuece.
Ceno rendang
noodles con pollo, más clásicos que los de la comida, en un sitio muy
tradicional en la calle más bulliciosa de Chinatown. El ambiente es muy bueno,
hay muchísima gente y muy pocos occidentales; entonces aparece la chica del
hotel y se sienta conmigo. Es americana de origen coreano, y me cuenta que
lleva un año y medio viajando por el sureste asiático, cogiendo trabajos cortos
aquí y allí. Nos vamos a tomar una jarra de cerveza no demasiado cara a un
sitio cercano. La tía es rara de pelotas, tiene ticks, mucho pelo en las axilas
y unas cicatrices de cortes ENORMES en ambos brazos. Pese a que me da cierto
mal rollo, es bastante maja, y hablamos durante dos horas sobre nuestro pasado
y nuestro futuro. Después me dice que hay un sitio guay en frente del hostal
donde ambos dormimos así que nos acercamos.
El sitio de
hecho es muy muy guay, las cervezas cuestan solo 6 ringgit y el dueño o
camarero es un malayo rastafari que me da a elegir entre cerveza Tiger y una
alemana. Cuando le digo que alemana por favor (estoy un pelín cansado de la
Tigre ya) me dice “¿Qué te pasa? ¿eres alemán o qué?” ante lo que no puedo más que reírme muchísimo. En el bar ponen muy
buena música, sobre todo jazz, y enseguida nos integramos con el resto de gente
que anda por allí. Son la mayoría extranjeros, muy backpackers, gente con mucha
experiencia de viaje a sus espaldas y buenas historias que contar (como casi siempre,
no hay españoles. Somos gente que viaja poco).
Aprovecho la ocasión para promocionar un poco la ONG y consigo 3 direcciones de correo de posibles nuevas incorporaciones. Después hablo con un tipo que no quiere revelar su lugar de procedencia (pese a que su acento británico le delata), ya que lleva 18 meses en Malaca y es de allí, punto, no admite protesta alguna. También conozco a un iraní que me recuerda mucho a mi amigo Chaves, aunque él me saluda rápido y se sienta directamente a arrimar con mi compañera americana-coreana muy descaradamente. Mientras ellos hablan de documentales y de cine, yo me pongo a hablar de futbol con un inglés cojonudo que anda por allí. Al final una cerveza se convierte en tres y el inglés se empieza a poner rojo, me río mucho con él la verdad, es uno de estos personajes que no se me olvidará fácilmente. Cuando me dice que si me tomo la cuarta, que invita él, me resisto a caer en la espiral crápula ya que la isla me espera a la mañana siguiente y mi alarma ya está puesta a las 6:30. Así que me despido educadamente de todos y me subo al dormitorio.
Aprovecho la ocasión para promocionar un poco la ONG y consigo 3 direcciones de correo de posibles nuevas incorporaciones. Después hablo con un tipo que no quiere revelar su lugar de procedencia (pese a que su acento británico le delata), ya que lleva 18 meses en Malaca y es de allí, punto, no admite protesta alguna. También conozco a un iraní que me recuerda mucho a mi amigo Chaves, aunque él me saluda rápido y se sienta directamente a arrimar con mi compañera americana-coreana muy descaradamente. Mientras ellos hablan de documentales y de cine, yo me pongo a hablar de futbol con un inglés cojonudo que anda por allí. Al final una cerveza se convierte en tres y el inglés se empieza a poner rojo, me río mucho con él la verdad, es uno de estos personajes que no se me olvidará fácilmente. Cuando me dice que si me tomo la cuarta, que invita él, me resisto a caer en la espiral crápula ya que la isla me espera a la mañana siguiente y mi alarma ya está puesta a las 6:30. Así que me despido educadamente de todos y me subo al dormitorio.
Es entonces
cuando reparo en una escalera muy estrecha y empinada que no había visto antes
y decido subir a ver que me encuentro. Aparezco en una azotea increíble, encajada
en un mar de tejados variopintos, con la mezquita surgiendo entre ellos como un
barco y las ruinas del monte San Pablo iluminadas sobre la ciudad. La
tranquilidad es infinita, pese a que los ruidos de la animada noche del sábado llegan
con la suave brisa. Me quito las zapatillas y me subo al tejado para quedarme
allí de píe un rato bastante largo mientras surco los tejados con la mirada. Es
un modo perfecto de acabar el día.
Y llegaste o no llegaste a la isla??
ResponderEliminarsi que llegué si, un sitio digno de dedicarle una entrada desde luego, ya estoy con ello..
Eliminarjajaj muy buena la entrada... ya me conozco yo esos backpackers de manual jajajaj un abrazo
ResponderEliminarGracias por leer manute! Algunos eran bastante backpacker eh, de los que llevan 3 meses sin afeitarse y tienen los gemelos como roberto carlos de patearse sitios
Eliminaren la primera foto, el vendedor con el toldo encima parece un mariachi con súper sombrero XD
ResponderEliminarmm teoría: el perro de aspecto siniestro podría ser un bicho protector de esos chinos, como los leones de fo, y podría estar debajo de los dioses en plan guardián o algo... lo digo porque el de la foto está engalanadísimo :P
ResponderEliminark molón el cementerio chino!
ResponderEliminarpd: como verás, sin proponérmelo multiplico los comentarios del blog XD es k si no lo pongo a medida k voy leyendo se me olvida!
Gracias por leer y comentar Pati, de verdad, y lo de los perros, interesante teoría, con los temas religiosos nunca se sabe, porque además cambia de un país a otro, de una ciudad a otra e incluso de un templo a otro...
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