Por
primera vez en un mes, me despierta un frío intenso. Es una sensación que
enseguida pasa de ser agradable a incómoda. Fernando ha tirado de la manta
hasta apoderarse del 90% de ella, y cuando tiro para recuperarla, gime como un
bebé gigante y tira más fuerte hasta que se la lleva entera y se acurruca con
ella.
No consigo volverme a dormir, así que me hago un ovillo hasta que el despertador suena menos de una hora después y salto de la cama para ser el primero en la ducha. Mucho más tarde, cuando todos están listos, salimos a esperar al conductor que debe llevarnos por el recorrido incluido en el tour. Por supuesto, llega algo tarde, y durante la espera conocemos a un holandés que nos cuenta que lleva viajando solo por el sureste 4 meses y que pasará con nosotros el resto del día. Es uno de esos viajeros moreno y fibroso, con gorra y media melena, que atraen tanto a todas las tías. Tiene unos 30 años, es bastante majo y no está tan tarado como otros.
Una vez
en la furgoneta desayunamos rotis con chocolate y fresa mientras paramos a
recoger a más gente: una americana y una pareja de chinos jóvenes que van
vestidos como si fueran concursantes de Gran Hermano. Alguien debería decirle
al gobierno malasio que menos azotar públicamente por fumar porros y más por
llevar maletas de ruedas, faldas y chubasqueros rosas a las Cameron Highlands,
crímenes mucho peores.
La
carretera sube serpenteante hacía la parte aún más alta de las tierras altas y
de camino nos regalamos la vista con las primeras colinas de las plantaciones
de té. Vistos de cerca, los arbustos de té no son más que cuadrados de hojas de
un verde intenso, similares a una planta de aligustre común y corriente, sin
embargo, con la perspectiva que da la distancia, la visión de las loma
recorridas por las filas infinitas y perfectamente trazadas de cuadrados de té
es una de las cosas más hermosas que he visto.
Primera vista de las plantaciones |
Pronto,
pasados los 1.500 metros (aprox.), nos sumergimos en la niebla y las vistas
cambian el encanto relajante de las lomas por la luminosidad extraña que se
refleja en las brumas blanquecinas de las nubes, que tampoco está nada mal.
Cuando
paramos, estamos en la cima del Gungun Berinchang, la montaña más alta de las
Highlands, con 2.032 metros de altura. Subimos a un puesto de observación que se
eleva unos 20 metros más sobre el terreno, pero las vistas son nulas desde el
interior de una nube, así que bajamos rápido pues el viento corta en lo alto de
la torre.
Algo
defraudado por la cumbre, veo como la chica de la pareja de turistas chinos
(turistas con mayúsculas) toma fotos o videos de su novio moviendo los brazos
ortopédicamente pretendiendo nadar en la niebla. Es algo muy estúpido de ver y
siento frustración por no disponer de más días para estar en las Highlands; son
precisamente esas imágenes las que se intentan evitar cuando se huyen de estos
fatídicos tours.
Desde
la cima, descendemos unos pocos cientos de metros (para lo que nos hacen
estúpidamente volver a montarnos en la furgoneta, aumentando mi frustración)
hasta llegar a la entrada de una ruta por el “mossy forest” o bosque húmedo.
Este consiste básicamente en una jungla muy cerrada con unos niveles de humedad
elevadísimos, en remojo dentro del mismo mar de nubes que cubre todo el macizo.
Todos los árboles y raíces están totalmente cubiertos de musgo y lianas que se
asemejan a serpientes. Todo está empapado, la madera de las raíces que cubren
la totalidad del suelo es blanda y cede como una esponja bajo mis botas (hasta
el punto de que, por momentos, parece que pedazos enteros de tierra van a
hundirse hacia abajo por la ladera del monte), gotas
de agua caen por todas partes y hay plantas carnívoras cilíndricas de un rojo
intenso que contrastan de forma casi artística con el verdor del musgo que lo
invade todo.
Es en
entorno muy diferente a la selva en la que hemos estado el día anterior, muy
singular, todo parece transcurrir de forma diferente allí dentro, más despacio,
enfocado desde un prisma diferente y misterioso. Estar rodeado de esas plantas
extraordinarias y esa bruma densa que se desplaza lentamente alrededor,
cubriéndolo todo con un envoltorio móvil que forma parte de la vida del bosque,
es ciertamente extraño; hasta el punto que me imagino estar explorando un
pedazo de roca caída del espacio exterior, con especies de otro mundo que deben
ser estudiadas y catalogadas.
Reconociendo la selva húmeda |
Bifurcación |
Sorprende
la falta de vida animal, más allá de las aves que de vez en cuando emiten sus
graznidos alarmados desde las inmediaciones y alguna libélula de proporciones
desmedidas. Vemos cientos de telas de arañas, rellenando cada hueco de cada
árbol carcomido por la humedad, pero ni una araña, nada. El guía nos asegura
que allí habitan miles de insectos, incluidas tarántulas de gran tamaño y cosas
aún peores, pero que durante el día, y más si hay gente cerca, se ocultan en
los más profundo de sus madrigueras ponzoñosas.
Tras un
rato avanzando, llegamos a una zona de difícil acceso en la que se han
instalado unas pasarelas de madera para que la china no se manche las infames
zapatillas con lentejuelas que calza con desparpajo. De esta forma, la jungla
pierde todo su encanto, el misterio desaparece y la sensación de recorrer un
mundo diferente se oculta bajo las maderas de conglomerado de la pasarela. Así
no se hacen las cosas, esa jungla no merece aquello.
Tras un
rato aburrido paseando por la pasarela, decido tomar medidas. En un recodo del
camino, aprovecho que marcho en último lugar junto con Fernando para saltar la
balaustrada y seguir un camino que se aleja de la ruta que los demás han
seguido y se adentra en la humedad del bosque.
Fernando me sigue un rato, mientras la selva se vuelve más enraizada a nuestro alrededor y el camino recobra sus cualidades de tierra ignota. Vuelvo a sentirme cercano a la esencia del terreno que me rodea, trepando por la ruta y metiendo las manos en agujeros podridos para auparme sobre los árboles caídos que ahora forman parte del limo. En un lugar récondito entre las ramas, descubrimos unas plantas carnívoras aún más grandes que las vistas en las afueras del bosque, e intentamos, sin éxito, acariciarlas con un palo simulando la presencia de un insecto para que se cierren.
Planta carnívora |
El hecho
de no haber visto casi ninguna araña hasta ahora ayuda a acrecentar mi
sensación de seguridad. Solo en un momento, al pasar por debajo de una gran
raíz, algo vivo y grande atraviesa mi cara con un rápido movimiento, provocando
un aspaviento y haciendo que me atice en la cara con la mano y me revuelva el
pelo frenético. No he visto lo que era, y parece que ya se ha ido, así que sigo
caminando.
Había planeado simplemente acercarme a echar un ojo al camino salvaje y volver con resignación al grupo para no dejar del todo tirados a Angelo y Salwa, pero no puedo evitar ceder de nuevo ante el hechizo de la naturaleza virgen. Hasta el punto de que, cuando Fernando me anuncia que él no prosigue, pues el barro nos llega casi hasta los tobillos y las raíces se han vuelto demasiado resbaladizas y traicioneras, decido seguir un poco más y ver qué hay más allá, qué secretos pueden encontrarse allí olvidados (no parece que esta ruta haya sido recorrido en un tiempo considerable, pues la vegetación ha tomado auténtico control sobre el camino, estableciendo un dominio absoluto).
Jungla virgen |
Mayor profundidad |
Camino
alrededor de diez minutos más en la profundidad del bosque. En un punto
indefinido, el camino deja de existir y tan solo existe el barro y los troncos
podridos, la humedad y el silencio lleno de ruidos a mi alrededor. De repente,
me detengo. Un pensamiento ha perturbado la tranquilidad de mi paseo: ¿Y sí resultara que no soy bienvenido
allí? . Las gotas de humedad que resbalan por mi frente se vuelven frías
y la selva se hace más grande mientras yo me vuelvo diminuto, solo ante la
vasta naturaleza virgen. Los graznidos de un ave resuenan en la cercanía de una
forma antinatural, nunca he escuchado un sonido así, casi parecen provenir de
una garganta humana. Es en este momento cuando una de las historias de Aaron,
mi amigo de Sabah, me viene a la cabeza, una historia de apariciones en la
selva, de fuegos fatuos y espectros a los que se debe evitar la mirada. La
sensación de seguridad que me insuflaba fuerzas para seguir se derrumba como un
castillo de naipes, y los árboles retorcidos a mí alrededor se me vienen encima,
me siento vulnerable y rodeado.
Me
quedo paralizado durante unos segundos, y entonces una punzada de pánico
sobrenatural me atiza en la nuca. Con un nudo en la garganta, echo a correr en
dirección contraria, de vuelta, todo lo rápido que me permiten las piscinas de
barro, que casi parecen arenas movedizas a estas alturas, y los árboles que
crecen bloqueando mi camino.
Enseguida
alcanzo a Fernando y los dos volvemos a la pasarela donde nos separamos del resto
del grupo. Ni entonces, ni ahora, logro entender lo que ocurrió allí, aunque
quizá no es algo que deba ser entendido, quizá de vez en cuando debamos
suprimir esa ansia tan humana de comprenderlo todo. Le sensación de que algo no era normal en aquella parte de
la jungla me invadió de una forma extraña, y preferí no seguir indagando para comprobar
qué secretos imperturbables se escondían más adelante. Sentí una
presencia, aunque, quizá era la propia jungla la que se presentaba ante mí, en
su estado más puro y salvaje. En cualquier caso, después de aquello, creo que
entiendo algo mejor los ritos de iniciación de tantas tribus indígenas, a lo
largo y ancho de todo el globo, consistentes en pasar un largo tiempo solo e
incomunicado en medio del bosque o la jungla o en lo alto de la montaña. Pues,
solo la naturaleza en estado salvaje e incorrupto, con su vasto poderío físico,
puede ofrecer verdaderas experiencias e iluminaciones mentales y espirituales. http://www.youtube.com/watch?v=6adSPve3e14&feature=youtu.be
En lo más profundo |
Cuando
estamos desandando el camino de la pasarela apresurados, nos encontramos al
guía, que anda buscándonos. El resto del tour lleva esperando por nosotros casi
media hora así que cuando volvemos a la furgoneta no nos sentimos los tipos más
populares del mundo. Esto me recuerda a la mítica vez en la que nos separamos
de un tour en la montaña Emei en Sichuan, China, e hicimos esperar al resto de
gente casi una hora, con las consiguientes miradas reprobatorias y comentarios
cargados de odio, al menos aquella vez eran todos chinos y ni uno solo hablaba
una palabra de inglés para echarnos la bronca.
Continuamos
bajando por la ladera del Gungun Berinchang hacía las plantaciones de té de
Boh. Por el camino nos detenemos en una de las rayadas laderas verdes y tenemos
la ocasión de dar un paseo entre las geométricas plantas de té. Para entonces,
el holandés errante y la americana ya han hecho buenas migas y ella le sigue a
todas partes, enamorá perdía. Se alejan mucho por la ladera y esta vez nos toca
esperar a nosotros, nos la debían.
Mientras
esperamos, disfruto de las armoniosas laderas de la plantación, admirarlas
lentamente resulta tan relajante como una infusión hecha con algunas de las
millones de diminutas hojas que componen sus arbustos. El guía nos cuenta que
el nombre dado a la plantación Boh no es por apellido del dueño, como mucha
gente piensa (yo ya me había imaginado a un señor chino de la era colonial con
sombrero, bigote y monóculo, paseándose por sus amplias tierras con un esclavo
sosteniendo un paraguas sobre su cabeza, Mr. Boh); la realidad es que cuando
los ingleses llegaron allí y preguntaron a los agricultores chinos asentados en
la región si se podía plantar té en las colinas ellos tan solo dijeron boh, “no” en chino. Pero los ingleses,
que no eran muy de fiarse de nadie que no fuera ellos mismos, decidieron aun
así comprar todas las tierras y plantar té en ellas. Y ya ven, las Cameron
Highlands llevan siendo uno de los centros principales de producción de esta
planta (concretamente, té negro) para las grandes compañías inglesas de té (sobre
todo para Lipton) desde entonces, aunque ahora estén en manos de un millonario
sueco que vive en una gran mansión sobre la plantación que puede verse desde
donde estamos. Con la intención de lanzar una broma mordaz hacía los
agricultores a los que habían usurpado, algo muy británico también, llamaron a
la gran plantación, plantación Boh.
Plantación Boh |
Cuando
vuelven los desaparecidos, que quizá se hayan escondido para darse una alegría
rápida, nos acercamos hasta el museo de la plantación donde aprendemos algo
sobre el proceso de recogida y procesado del té gracias a unos paneles muy
sosos y gozamos de increíbles vistas de las ondulaciones verdes desde un
mirador. Allí aprendo que lo que se usa para rellenar las comunes bolsitas de
té suelen ser las hojas más desbrozadas, lo que queda después de que hayan
pasado todos los filtros, vamos, la morralla. Si se quiere disfrutar del sabor
del té de verdad, debe prepararse una infusión a partir de las hojas enteras y
nos las migas secas que nos dan en las bolsitas.
La plantación |
Cuando
acabamos de disfrutar de las vistas, pasamos por la tienda sin comprar nada y
nos dirigimos hacia nuestro siguiente destino, la granja de mariposas de
Cameron Highlands. En realidad es una especie de zoo de insectos y alimañas
variadas con unos bichos cojonudos y solo una sala de mariposas por la que se
puede pasear en la compañía de algunos ejemplares del tamaño de puños que
vuelan con relativa libertad.
Vemos un escarabajo que es casi tan grande como mi antebrazo, sapos gigantes, un recinto con decenas de serpientes de un color verde chillón entrelazadas, serpientes grandes y rojas con cuernos muy venenosas, un bicho hoja que se nos sube por la mano y el cuerpo y que parece un diminuto extraterrestre, escorpiones gigantes y ciempiés que dan escalofríos, y arañas de las que crean trauma. De hecho, con las arañas he soñado varias veces desde que estuve allí, son las más grandes que he visto nunca, pero las tarántulas no son las peores, hay unas negras con las patas muy largas del tamaño de una jodida mano humana y además venenosas, espeluznantes (sí, soy un pelín aracnofóbico).
Vemos un escarabajo que es casi tan grande como mi antebrazo, sapos gigantes, un recinto con decenas de serpientes de un color verde chillón entrelazadas, serpientes grandes y rojas con cuernos muy venenosas, un bicho hoja que se nos sube por la mano y el cuerpo y que parece un diminuto extraterrestre, escorpiones gigantes y ciempiés que dan escalofríos, y arañas de las que crean trauma. De hecho, con las arañas he soñado varias veces desde que estuve allí, son las más grandes que he visto nunca, pero las tarántulas no son las peores, hay unas negras con las patas muy largas del tamaño de una jodida mano humana y además venenosas, espeluznantes (sí, soy un pelín aracnofóbico).
Bicho hoja |
Escarabajo titánico |
Ojo a la araña |
A estas
alturas la americana ya le ha prometido amor eterno e incondicional al holandés
errante y la pareja de chinos está de morros. Parecen cansados y meten prisa
todo el rato, pero como estoy animado por esa visita al museo de los bichos no
les presto mucha atención, el día está resultando cojonudo al fin y al cabo y
pese al tour.
El
siguiente sitio que visitamos es la granja de fresas de Raju, que está cerrada.
No me importa porque ya nos atiborramos de fruta el día anterior y en el
exterior hay una cafetería con terraza colonial. Alguien ha dejado una tarta de
fresa a medias, así que además comemos gratis
mientras fumamos un cigarro con vistas a la infinita jungla. Apoyo los
pies en la balaustrada mientras me relajo y pienso como se debían sentir los
primeros colonos que llagaron y construyeron allí sus mansiones señoriales, en
mitad de un paisaje inaudito que nunca habían visto antes y que probablemente
ni sabían que existía.
Vistas desde terraza colonial |
Esta
visita cierra el tour, los chinos se han tenido que ir en un taxi porque
perdían su autobús (en parte por culpa de nuestra lentitud). Antes de que la
furgoneta nos lleve de vuelta al hostal, chequeo un par de sitios que parecen
interesantes y están de camino y le pido al conductor que me deje en Brinchang,
un pueblo a unos 5 kilómetros al norte de Tanah Rata. Como algunos de mis
compañeros se quejan, les digo que no tienen por qué seguirme si están
cansados, que vuelvan en la furgoneta, pero al final todos deciden bajarse y
volver andando hasta Tana Ratah.
Por el
camino nos desviamos a echar un ojo a algo llamado cactus valley, que, pese a un
sugerente nombre, no es más que un invernadero cutre con cactus y chinos que
venden fresas y té. Ni siquiera entramos y seguimos bajando por la carretera
que atraviesa Brinchang, un pueblo más feo aún que Tanah Rata. En un desvío,
tomamos la carretera de la derecha ya que estoy empeñado en acercarme al templo
budista de Sam Poh, que está a una media hora en esa dirección. El lugar no me
decepciona, lo llaman el templo de los 10.000 Budas por los azulejos que
decoran sus muros, que parecen hechos a mano y contienen diminutos Sakyamumis
coloristas. El Buda principal es bastante grande, de unos 7 metros de alto, es
el más impresionante que he visto hasta ahora en Malasia.
Después
de echar unos mantras en la parte de atrás del templo, volvemos a la carretera.
Todo el camino de vuelta lo paso hablando con Salwa, que es la que mejor ritmo
lleva de todos. Anda a mi lado con una ligereza envidiable y me cuenta cosas
sobre sus deberes religiosos y sus costumbres musulmanas. Incluso me enseña
alguna que otra palabra en árabe, trayéndome viejos recuerdos.
Nuestro
camino pasa por un kampung, o pueblo
tradicional malayo de casas bajas y elevadas sobre pilotes, muy agradable y
ciertamente acomodado. Allí tenemos que preguntar pues no tenemos claro la
dirección a Tana Ratah. La gente, tan amable como siempre, nos indica la
carretera y más adelante atravesamos un templo hindú. Al pasar por allí me
golpeo en la cabeza con una campana de oraciones, lo cual resulta bastante
doloroso pues se trata de una de las grandes…
Media
hora después llegamos a Tana Ratah quemados por el sol y ayudamos a Salwa a preguntar
por una mezquita donde rezar, pues es la hora del rezo de la tarde y está
agobiada porque ya se ha saltado los dos de la mañana. Mientras ella reza los
demás comemos en el mismo restaurante indio que el día anterior, donde a
Fernando y a mí ya nos saludan como si fuéramos clientes de toda la vida.
A las
7:30 sale nuestro autobús de vuelta hacía KL. Destrozado, duermo todo el
camino, aunque el ruido y el trajín me despiertan brevemente en cada una de las
múltiples paradas. Nada relevante pasa en el camino de vuelta, aunque una vez
en KL nos cruzamos con un hombre que está haciendo caca en mitad de la acera.
Muy majete, el individuo nos mira con los ojos perdidos.
Durante
el último tramo, antes de caer rendido en la cama de mi habitación, ando con Salwa,
dejando muy atrás a los otros dos. Cuando la miro caminar a mi lado pienso que
me gustaría hacer muchas más viajes con ella. Creo que es una persona que sabe
viajar, ha demostrado una resistencia admirable, y además lleva un rollo muy
parecido al mío. Ojalá pudiera recorrer Asia con ella.
Con
esos pensamientos cierro los ojos y doy el día por terminado.