Pese a
que sé que siempre es más divertido leer cuando a la gente le va mal, que
muchos esperan un relato de como me vi obligado a cazar ratas con cañas de
pescar en las alcantarillas cercanas, he de decir que mis segundas impresiones
en mi nueva vida y trabajo han sido relativamente buenas. Y digo relativamente
porque todavía hay ciertos puntos oscuros que luego describiré.
Mi
primer día en la oficina resulta bastante agradable. Por la mañana me reúno con
la que será mi jefa de ahora en adelante, una señora malaya que vive en el
tercer piso del edificio y que, pese a ser moderadamente atractiva, tiene un
número indeterminado, pero alto, de hijos. De su casa salen llantos siempre que
paso por delante, y ya la he visto con al menos tres diferentes en los brazos (son
muy parecidos entre ellos, por eso no se si son 3, 5, o el mismo todo el rato).
Todos viven allí y tienen un piso entero
del edificio para ellos (¡Ejem!), también su marido, un indio gordo que podría
perfectamente hacer de esbirro de un villano en una película de Bollywood.
La
mujer es extremadamente amable conmigo, dedica una hora solo a ponerme al día,
hablarme de mi futuro trabajo, presentarme gente y resolver ciertas dudas que
tengo como donde cambiar dinero sin que me sableen los piratas de los bancos, o
la endiablada contraseña del wifi, que aún se resistía. Ella se esfuerza
bastante en animarme: me cuenta que hay muchos días libres debido a la cantidad
de festividades que existen en Malasia como resultado de la amalgama que
conforma el cuadro religioso del país (en breve por ejemplo, será el año nuevo
chino, aunque también hay muchas fiestas islámicas, hinduistas y las clásicas
cristinas que todos conocemos). Yo, pese a estar bien a gusto sin casarme con
ninguna doctrina, pienso celebrar hasta el último día que tenga libre gracias a
ellas como el más devoto. Llamadme arribista pero eso quizá me permita
regalarme viajecillos de 4 o 5 días en vez de tan solo fines de semana, si hay
que hacer Ramadán, pues se hace oye.
También
me cuenta que viajar entre países cercanos es relativamente barato si se
reserva con antelación y que en un futuro no lejano me mandarán a ver los
diferentes centros que la ONG tiene en otras partes de Malasia y en países
cercanos (cool, cool). Al final me acaba dibujando hasta un mapa de los
alrededores con las ubicaciones más útiles ¿dónde estuvo esta mujer el día
anterior, durante la debacle de llegada?. Así que estoy de buen humor, además
alguien llama a la jefa a una reunión antes de que le de tiempo a encargarme
que haga nada y allí me quedo vagueando en mi puesto de la oficina.
El
ambiente en esta gran habitación es bastante animado, hay gente muy variopinta
trabajando, seremos unos 10 occidentales y unos 20 o más entre malayos y
asiáticos de nacionalidad indeterminada. Yo pongo cara de concentrado y finjo
estar trabajando en algo importante, si nadie pregunta, todo el mundo presupone
que alguien me ha encargado algo (en realidad estoy leyendo comics y tomando
notas para el blog). Si bien, en un momento de debilidad, me siento algo inútil
y pregunto a la gente de mi departamento, el de comunicaciones, que si quieren
que les ayude con algo; ellos responden con amabilidad y me dicen que por esta
semana (estamos a viernes) está bien con que me asiente y conozca a la gente,
que ya el lunes me encargarán algo. Uno de ellos me dice incluso que porque no
me echo una “siesta” que si es que no soy un español de verdad; he lidiado con
esta fama de vagos que nos persigue a los españoles (no del todo exenta de cierta
base real) durante demasiados viajes, así que tan solo sonrío y me lo tomo como
una excusa para escabullirme de la oficina e ir a mi rollo.
Como ya
es algo tarde, decido acercarme a Kuala Lumpur a dar una vuelta y tratar de
encontrar alguna zona con ambiente nocturno (la fama de crápulas también está
fundada, lo reconozco), pero antes me encuentro con Rick, un americano algo ajado
por los años (tendrá unos 50) que me saluda jovialmente. Desde el principio me
cae bien, ya que me indica tres o cuatro lugares donde él suele fumar a
escondidas (no lo he comentado aún, pero en LETS son muy estrictos con las
normas anti tabaco y anti alcohol, no se puede fumar ni siquiera cerca del
edificio para que no lo vean los alumnos de la institución que pasan por allí,
no digamos ya tomarse unas sidras y ponerse taja). Rick me habla entre susurros
de su reducto de libertad, la azotea, así que allí voy, a estrenarla con un
buen cigarl.
Múltiples
colillas y botellas vacías de cerveza e incluso una de whisky atestiguan los
vicios ocultos de Rick y quizá de otros integrantes de la ONG. No obstante, entiendo
rápidamente que la gente suba allí a evadirse, el panorama es ciertamente espectacular:
a un lado, la selva se extiende por suaves lomas, al otro, el refinado skyline
de Kuala Lumpur con las Petronas y la torre de comunicaciones destacando entre
las neblinas de contaminación y más allá, hacía el Norte, montañas desiguales y
escarpadas y las cuevas Batu a lo lejos. Lo que yo llamo un piti con vistas
vaya.
Mientras
fumo, aprovecho para empezar mis lecciones de Malay, el idioma local de aquí,
que tengo entendido que es fácil y se puede aprender en pocos meses (se trata
de una lengua que surgió del trueque entre diferentes comunidades isleñas y los
chinos y los indios, así que no hay apenas tiempos verbales y no se diferencia
entre masculino y femenino). Saco mi librillo de frases y en el transcurso de
un cigarro aprendo a decir correctamente “buenos días”, “gracias”,
“bienvenido”, “no te entiendo” “si” y “no” (han pasado dos días más y es aún lo
único que se…).
Cuando
termino, estoy listo par agarrar mi mochila y aventurarme al centro a ver que
encuentro por allí. Decido ir andando a la estación, pese a que muchos me han
aconsejado que coja un taxi porque está lejos y el camino no está bien
definido. Al final llego sin problemas, a buen paso, en menos de 20 minutos. La
única adversidad es que hay que circular durante un tramo por una carretera sin
aceras ni apenas arcén, si bien en esta zona las carracas que conduce la gente
no pueden alcanzar una velocidad excesiva y no es peligroso.
El tren
tarda, se para, y me desespera. Estoy otra vez ante uno de esos aires
acondicionados que te hacen echar de menos el calor del exterior. Además, me
llevo una curiosa sorpresa cuando en un letrero en la puerta leo “wagon only
allowed for women”. Miro rápidamente a mi alrededor y en efecto, me hallo
rodeado de mujeres, algunas de las cuales se ríen ante mi confusión. Puedo ver
a los hombre hacinados en el vagón de al lado… Como solo me queda una parada
(he ido durante otras 2 en el vagón femenino empanado sin darme cuenta) decido
hacer como si no entendiera el cartel y quedarme allí, seguro que huele mejor
que en el de los hombres. No obstante, estoy deseando llegar, pues ahora que lo
sé, noto clavada en mí la mirada reprobatoria de muchas mujeres a mi alrededor.
El plan
que tengo es tratar de llegar sin coger ningún otro transporte público al
Triángulo Dorado (una zona que según la lonely planet goza de cierto
ambientillo), ver de paso la ciudad por la noche e intentar tomar una cerveza
no excesivamente cara. Todo bien al principio, hasta que se me cruza el mapa,
me lío sin necesidad tratando de coger un atajo y me pierdo en los endiablados
callejones del centro de la ciudad. Para cuando me reubico, descubro que llevo
un rato alejándome de mi destino así que doy media vuelta y tras casi dos horas andando (la visión de las torres Petronas iluminadas, que aparecen a intervalos entre los otros edificios durante todo el camino, es estremecedora) logró llegar por fin al Triangulo de Oro.
He de reconocer que el lugar no me gusta, la gente va muy arreglada, los sitios son caros y de ambiente “exclusivo” y la música viene a ser la misma que se podría escuchar en una discoteca europea, o sea, mayormente, una bazofia.
He de reconocer que el lugar no me gusta, la gente va muy arreglada, los sitios son caros y de ambiente “exclusivo” y la música viene a ser la misma que se podría escuchar en una discoteca europea, o sea, mayormente, una bazofia.
Francamente
decepcionado me aparto del bullicio y me siento a valorar el coste de
oportunidad de tomarme una cerveza esa noche en un sitio que no me agrada. Rápidamente
me aborda una prostituta, sale de la nada, de repente me giro y está allí
cerquísima. Habla un inglés pésimo y está visiblemente drogada hasta las cejas,
siento lástima así que hablo un rato con ella. Me dice que puedo llamarle como yo quiera, pero que prefiere Angel o Queen, yo practico mis frases en malayo.
Ella lo interpreta como un interés que en realidad no existe así que se va
acercando hasta el punto que tengo que apartarla y abandonar mi cómodo asiento.
Veo a lo que parece ser el chulo haciéndole gestos desde no muy lejos y
entonces aparece un cliente habitual que la saluda rudamente y la agarra del
brazo. El tipo en cuestión es un palestino que también me saluda, a mí más
amablemente. Sin mucho más que hacer allí aprovecho la ocasión para despedirme
con cortesía y dejarles a sus cosas, es momento de emprender el larguísimo
camino a casa.
Resulta
increíble, lo sé, pero sin saber bien como consigo despistarme de nuevo y dar
un rodeo innecesariamente largo por una zona llena de mendigos durmientes y
yonkis muy apalancados que no parece que pudieran mover un solo dedo ni aunque
estuvieran ardiendo (¿opio quizá?). De todas formas, gracias a un buen ritmo de
marcha consigo alcanzar el último tren para Segambut con tiempo, he andado
unas 4 horas en total.
Al
llegar a la estación y en el camino de vuelta al edificio donde vivimos me
pilla una tormenta tropical casi con el mismo impulso súbito con el que la prostituta
me había asaltado horas antes. No me queda otra que correr hasta casa si no quiero
acabar llegando en barca, asique el camino que normalmente se hace en 20
minutos lo reduzco a 10. Al final en el cuarto, escurro mi ropa como si me hubiera
caído a una piscina y observo un rato la lluvia y los relámpagos (los más
bestias que he escuchado en mi vida) desde la ventana antes de meterme en la
cama, demasiado exhausto para reflexionar sobre el día.
Torres iluminadas |
Nuestras vidas serian demasiado aburridas si no tubieramos q recurrir a la mendicidad de vez en cuando jajajajaja ya llegara el tiempo en que las ratas parezcan apetitosas xD, a parte de eso me alegro q te vayan bien las cosas por alli =).
ResponderEliminarPues aquí ratas haberlas hailas, y con aspecto bien jugoso y comestible. Como dice mi abuela "ya llegarás..."
ResponderEliminarNo sabía que tenías blog!
jajaja muy bueno lo de los vicios ocultos de rick jaja sabes que al final acabarás catando esos pomposos lugares discotequeros, es sólo cuestion de tiempo...
ResponderEliminarBuena Vitín. Suerte en Malasia. Seguiremos este blog tan ameno. Muy descriptivo y evocador. Y muy bien escrito. Animo chaval.
ResponderEliminarTen cuidao,Viltor,que las malayas parecen muy guapas y luego tienen tiburón...
ResponderEliminarJjajaja voy a volver con una Ladyboy, o dos, en la maleta ya verás
ResponderEliminar