Al día
siguiente, jueves, es el cumpleaños de Angelo. Él quiere que todo sea perfecto
en este día tan especial, así que está más gruñón y quejica que de costumbre.
Hemos decidido pasar la mañana en Ubud para que pueda ver unas galerías de arte
y tiendas que le interesan, pero él no está contento. Después de desayunar en un
restaurante con vistas a unos arrozales que se pierden infinitos en la lejanía,
decido que ha sido suficiente y que esa mañana la pasaré solo haciendo lo que
me apetece. Cerca de allí hay un lugar con templos llamado el bosque de los
monos que destruye a las galerías de arte en mi balanza de prioridades así que
camino presto hacía este lugar.
Desayuno con vistas |
La
entrada a esta especie de parque encantado son tan solo 20.000 rupias
indonesias, lo que vienen a ser dos dólares. Es un recinto bastante grande
atestado de macacos que saltan entre estatuas fantásticas e intrincados templos
balineses. La vegetación es la propia de una selva baja y húmeda, así que todas
las estatuas están cubiertas por una leve pátina de musgo que las da un aire aún
más salvaje, de civilización perdida.
Entrada al bosque de los monos |
Los
motivos de las estatuas ya son llamativos de por sí, con simios guardianes que
portan grandes mazos y bolas de fuego, figuras humanas desproporcionadas de
claros rasgos tribales y demonios antiguos que son representados atrapando a
gente con sus grandes lenguas y dientes. Hay una imagen de un simio verdoso que
podría ser perfectamente un antepasado de Yoda, y unas figuras en la parte baja
del templo, cercana a un río escarpado, que me recuerdan a venus prehistóricas,
con los atributos sexuales exagerados. También hay árboles enraizados de forma serpenteante,
dragones de komodo tallados en la roca que sale de la montaña, y una zona que
desciende por el río hasta las profundidades de la jungla tropical y desemboca
en un estanque totalmente desierto y tranquilo. Como digo, un lugar mágico.
¿Los ancestros de Yoda? |
Templo principal |
El río |
Junto
al templo principal, los monos son tan amigables que por primera vez me siento
cómodo extendiendo el brazo hacía uno de ellos y dejando que agarre mis dedos
humanos con sus manos diminutas de primate para luego trepar hasta mi hombro.
Una vez arriba, la criatura agarra mi mapa y lo observa de arriba abajo con
curiosidad. Al no entender demasiado, acaba tratando de comérselo con avidez y yo
debo luchar contra sus tirones para rescatar unos últimos girones que ya no
valen de mucho.
Con
energías y humor renovado, me reúno de nuevo con J y Angelo, que también
parecen haber disfrutado de una mañana agradable. Juntos esperamos a nuestro
amigo el taxista viejuno del día anterior. Esperamos que su mujer no le haya
hecho dormir en el sofá por llegar a las tantas de la noche y esté descansado
para el largo día de conducción que tenemos por delante.
Nuestra
primera parada son las terrazas de arrozales de Jatiluwih. Para llegar hasta
ellas, atravesamos el paisaje balinés durante unas tres horas, entre curvas y
lomas verdes, bosques de palmeras, arrozales infinitos, lagos que reflejan los
colores limpísimos del cielo, selvas tupidas, montes escarpados, templos,
pueblos diminutos, más templos, mercados, y algún que otro templo más. Con un
paisaje así, no me importa que el viaje dure tres horas a o diez.
Cuando
llegamos a Jatiluwih, paramos en un mirador con un restaurante situado en una
curva del camino; una tenue llovizna empieza a barrer la campiña. Las terrazas
de arroz se extienden en la lejanía, batallando con la jungla salvaje por cada
metro de colina, alrededor de un pueblo
de tejados rojos que también reclama su espacio en el paisaje. Desde el norte,
la niebla desciende proveniente de las montañas como una avalancha de nieve a
cámara súper lenta. Los grandes volcanes que se alzan allí quedan totalmente
cubiertos por la esponjosa túnica blanca que los arropa, pero su presencia
puede intuirse tras el leve movimiento deslizante de la niebla, y su contorno
se adivina poderoso con respecto a las lomas colindantes. La visión se me
antoja como una versión gigantesca de las Cameron Highlands de Malasia.
El poblado de Jatiluwih |
Terrazas junto a Jatiluwih |
Los
precios del restaurante nos obligan a compartir un plato de fish and chips que
ayuda a aliviar el hambre antes de seguir hacía nuestro siguiente destino, el
templo de Ulun Danu, a una hora hacia el Norte.
Pura Ulun
Danu Bratan, que es su nombre completo, consta de dos pequeñas pagodas que
flotan en sendas plataformas sobre las aguas del enorme lago Bratan, rodeado de
montañas. Construido en 1.663, el templo
está dedicado a Dewi Danu, diosa de los ríos y los lagos, y se levantó sobre el
Bratan para asegurar que este no dejara de irrigar la región central de la
isla, permitiendo los cultivos y la vida.
Pese a
que la niebla estropea parte de las vistas, otorgando a su vez al lago un halo
misterioso, Ulun Danu es un lugar bonito y fresco por el que resulta muy
agradable dar un paseo. Me resulta curioso que la pagoda principal tenga 11
techumbres, cuando normalmente se suelen ver un máximo de siete, aunque esto es
algo habitual en Bali.
Pagoda principal de Ulun Danu |
La tarde
se cierne sobre nosotros, descendiendo con velocidad sobre el valle de Bedugul.
Mientras tanto, nuestro viaje continúa hacía el norte, curva tras curva,
subiendo una gran ladera y surgiendo de entre los girones neblinosos para encontrarse
con unas impresionantes vistas de la amplia cuenca. Al otro lado de la montaña
nos paramos en las cascadas de Gitgit, un profundo cañón que desciende desde la
cima que acabamos de cruzar (no ha sido fácil convencer a Angelo, al que se la
suda la naturaleza, para venir hasta aquí, pero de nuevo, lo he conseguido J ). En el camino de descenso,
muy empinado, me encuentro con unas arañas muy curiosas, las más grandes que he
visto después de las de Taman Negara y Cameron Highlands. La cascada principal
brota de la vegetación y cae en un chorro concentrado sobre una gran poza en la
que darían ganas de bañarse si anduviéramos mejor de tiempo. Si se sigue la
plataforma que bordea el río, se llega a otra cascada que proviene de la jungla
alta y que cae en una cueva con un estruendo ensordecedor. El lugar está totalmente
desierto y como voy muy adelantado con respecto a J y Angelo, disfruto de un
momento a solas en aquella cueva imponente, sintiendo la fuerza del agua que
cae y empapándome de la sensación de haber alcanzado otro de esos lugares a los
que no mucha gente llega.
Cascadas de Git Git |
La
vuelta a Ubud dura unas tres horas. En el camino, paramos en un mercado y
compramos unas mazorcas de maíz cocidas que nos sirven de tentempié. El
conductor está menos hablador esta vez, probablemente algo molesto porque el
recorrido ha vuelto a ser más largo de lo que en un principio se había planeado
debido a nuestra calma en las paradas. Su conducción se ha vuelto marcadamente
más suicida que durante el resto del día, y algunos adelantamientos se acercan demasiado al siniestro total sin
supervivientes. J se ríe y dice que le recuerda a como se conduce en casa, allá
por las Filipinas, y que el conductor podría ir más rápido aún. Asiáticos…
Por la
noche, decidimos cenar en un sitio caro para celebrar el cumpleaños de Angelo.
Buscamos un sitio llamado Dirty Duck (ojo al nombre) que J ha consultado por
internet. Ahora están en su terreno, así que yo me limito a seguirles. El sitio
es muy lujoso, pero cenamos comida balinesa cojonuda sentados sobre unos
cojines de terciopelo en mitad de unos jardines con estatuas y lagos con peces tan
solo por ocho dólares. Empiezo a preguntarme de donde viene esa fama que tiene
Bali de ser un lugar atestado de turistas y carísimo, hasta ahora no hemos
visto ni lo uno ni lo otro (por mucho que estemos en temporada baja, Ubud
parece un pueblo fantasma al caer la noche).
Tras la
cena, muy satisfactoria, decidimos dar una vuelta y ver si podemos encontrar
algún bar abierto para tomarnos un par de cervezas (en el caso de J, un par de
cócteles con más de cuatro mezclas diferentes y frutas y demás mariconadas…).
Encontramos un local con música en directo y nos sentamos alrededor de nuestra
bebidas. Las cosas aún están un poco tensas entre Angelo y yo, y además me
encuentro algo distante y extraño en esta noche concreta, así que nos limitamos
a empinar el codo y mirar a la banda que toca versiones decentes de algunos
clásicos resabidos esperando que ocurra algo que nos saque un poco del tedio.
Al
final, el evento peculiar de la noche ocurre y el elemento clave aparece en
forma de una especie de bárbaro ruso
que se cruza con nosotros y, sin comerlo ni beberlo, acaba sentado en nuestra
mesa. EL tipo viene con un alemán, pero este no tiene nada remarcable que pueda
ser comentado aquí. Nuestro hombre, en cambio, es de Rostov, ciudad de la Rusia
profunda, y podría haber salido perfectamente como extra en Conan el Bárbaro
sin demasiada caracterización (haciendo de malo además). Con voz cavernaria y
la misma expresividad que un cangrejo de río, lo divertido empieza cuando
nuestro amigo Ivan el Terrible empieza a tratar de ligar con J. Si recordamos
que J es una filipina de metro y medio de altura, sonriente, habladora y
aniñada, no es necesario explicar lo divertido que resulta observar su
interacción con este súper eslavo que
parece haber cobrado vida desde un cartel de propaganda soviética sobre el
ideal comunista de fuerza y honor. El tío además parece ir bajo los efectos de
alguna especie de seta recogida en el bosque de los monos y no para de decir
cosas muy extrañas ante las que me cuesta horrores contener la risa.
Más
tarde, ya volviendo a casa, nos cruzamos con otra gente y también acabamos
hablando con ellos de forma muy random. Esta vez se trata de un piloto de avión
de Dubai y su novia española, azafata, que en los últimos 2 días han pasado por
Rusia, Gambia, Dubai e Indonesia.
Sin
saber muy bien por qué, nos enseñan sus vídeos haciendo puenting en África, y
nos cuentan que están esperando a un taxi que les lleve a la cima de un volcán
cercano para ver el amanecer. Al parecer no han dormido en días. Sin ganas de
seguirles el ritmo, nosotros arrastramos los pies hasta la cama doble de la
habitación y nos acostamos allí los tres, sin que la incomodidad y la falta de
espacio pueda interponerse entre nosotros y una larga noche de sueño profundo.
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