lunes, 22 de julio de 2013

Agung, la montaña sagrada y el templo que evitó las llamas

Al final resulta que la cama de nuestro hostal en Ubud es suficientemente espaciosa para permitirnos dormir a los tres en ella sin mayores problemas, lo cual no es suficiente para aliviar el dolor de la alarma sonando a las siete de la mañana del viernes.

Hemos quedado con un taxista que el día anterior nos ofreció un buen precio para llevarnos hasta el templo de Besakih, en la ladera del imponente monte Agung, el volcán más alto de la isla.

La mañana es fresca, como corresponde al clima de Bali, que nunca llega a ser excesivamente caluroso, como Malasia o Camboya, debido a la suavidad que otorga el mar circundante. Los tres nos sentamos a esperar junto a la tienda de antigüedades que es en realidad nuestro hotel, y llamamos varias veces al taxista desde el teléfono de la recepción/trastienda, ya que este no termina de aparecer. A una hora indeterminada entre las siete y las ocho de la mañana, nuestro hombre hace por fin su aparición excusándose por haberse perdido al buscar el hostal, no problem, nos metemos en el espacioso coche (yo en el asiento del copiloto, como siempre) y comenzamos a rodar.

Para mí, es momento de despedirme de Ubud, pues hemos decidirnos separarnos tras la visita al templo de Besakih. J y Angelo volverán a Ubud mientras que yo seguiré hacía Tulamben, al otro lado del volcán Agung, hacía los paraísos coralinos de la costa Este, declarados algunos entre los mejores del mundo para practicar el buceo.

Entiendo perfectamente que ellos quieran volver a esta ciudad pequeña y fascinante, llena de rincones para explorar y descubrir maravillas en forma de templos, palacetes, estatuas, talleres artesanos tradicionales, jardines con estanques llenos de pájaros y reflejos coloridos. Con su belleza y tranquilidad inusitadas, cielos claros, y noches agradables de ritmo pausado, creo que yo también la echaré de menos. Así que me despido de ella en nuestro camino hacía las afueras, pasando a través del barrio de los artistas y artesanos, atestado de estatuas de mil tamaños formas y colores, expuestas junto a la carretera.

Patio trasero en Ubud

En el camino hacía Agung, dirección noreste, le hemos pedido al conductor que haga una breve parada en las terrazas de arrozales de Tegalalang, a las afueras de Ubud.

Cuando nos bajamos del coche, cerca de un punto de observación con restaurantes (aún cerrados), avanzamos hacía lo que parece un gran agujero verde en el suelo, una sección hundida que resulta ser un valle poseedor de una vegetación exuberante y moldeado con las impresionantes terrazas. ¿Cómo puede ser un lugar en el que se trabaja tan duro, un lugar creado exclusivamente para la agricultura, sin fines recreativos ni artísticos, tan hermoso?

La parte de arriba del valle es bañada por el sol, que se refleja en cada una de las hojas de las palmeras que crecen entre los brotes de arroz, mientras que la parte profunda del valle aún está sumergida en una relativa penumbra matinal. Bajo por los precarios escalones excavados en la ladera que saltan de una terraza a otra que otorgan al valle cierta semejanza con un teatro antiguo devorado por la vegetación. El lugar, para colmo de mi deleite, está totalmente vacío a esas horas, el silencio reposa en cada recoveco, en cada grano del cereal que parece crecer directamente del agua en las terrazas inundadas. La gente me pregunta que por qué no hablo en mis vídeos, pero, ¿realmente hay algo que decir aquí?: http://www.youtube.com/watch?v=V--Hg8AnnVA&feature=youtu.be

Tegalalang 

Caseta de los agricultores en Tegalalang


Incomprensiblemente, Angelo y J no me siguen, se quedan arriba en el mirador y no bajan por las terrazas hasta la zona de los agricultores. Yo cruzo el puente que permite pasar por encima del profundo riachuelo que circula aún unos cinco metros por debajo de la parte baja del valle y llegó a una casetilla de madera que está situada en la terraza más baja y hace las veces de cobertizo para los agricultores. Allí me encuentro con el único cultivador de arroz que hay en la plantación en ese momento, está partiendo un coco con su machete. El hombre es bastante mayor y tiene la expresión velada por la edad y el duro trabajo que ha marcado su vida. No habla ni una palabra de inglés, pero se vale de gestos para pedirme una modesta donación. Se la doy con gusto, pues quién sabe si aquel lugar se mantendría en pie si aquel hombre no hubiera estado allí desde tan pronto por la mañana durante los últimos muchísimos años.

Agricultor de arroz

Allí donde el valle se vuelve demasiado escarpado y estrecho, la selva salvaje retoma el control y las terrazas desaparecen. Quiero seguir un poco más, dar la vuelta a un recodo del valle andando a lo largo del estrecho camino dejado junto a la zona inundada de la terraza inferior, pero un grito me alerta. Desde la lejanía del mirador, un impaciente Angelo me hace gestos apremiantes, hay que volver al coche y seguir el recorrido o no les dará tiempo a volver a Ubud por la tarde para ir a las tiendas y a las galerías de arte. Una pena, pero como yo le metí un poco de prisa a Angelo el primer día en nuestra visita al templo de Uluwatu, he de ser consecuente ahora y volver al coche.

En el camino de subida, sorteando las muchísimas telas de araña que crecen entre las aparentemente inocentes plantas de arroz, me prometo volver a aquel lugar de ensueño en mi siguiente visita a Bali y explorarlo en más profundidad, continuando valle abajo.
Seguimos atravesando esta isla paradisiaca durante dos o tres horas más, avistando por fin con claridad el cono perfecto que es el monte Agung en la lejanía. Hasta allí hemos de llegar para visitar el templo madre de Bali, Besakih, exponente arquitectónico de mayor tamaño del hinduismo balinés, construido simbólicamente en la ladera del volcán sagrado.

Las nubes, con esa mala idea que tienen, esperan a que aparquemos nuestro coche junto a la base del Agung para abalanzarse sobre él y cubrirle por completo. En la entrada, un grupo de balineses un poco mafiosos, todos con los ojos sospechosamente rojos, nos instan a pagar un guía para el templo. El guía no es obligatorio, peeeero, no se puede entrar al templo sin guía, así de confusa es la situación. Como sé que los guías que suelen asignar en estos sitios no son ni mucho mejor los mejores del mundo (de hecho, suelen saberse una historia corta sobre el sitio que cuentan de carrerilla con un inglés muy pobre mientras rezan para que al turista de turno no se le ocurra ninguna pregunta cuya respuesta tengan que inventarse de forma convincente), y siempre he sido de la opinión de que un viaje caro equivale a dos viajes baratos, o a un viaje barato mucho más largo (y este tipo de cosas, al fin y al cabo, son las que acaban suponiendo la diferencia entre un viaje caro y uno que no lo es), les digo que no queremos pagar por el guía. Ellos siguen insistiendo en que es obligatorio, y aunque estoy seguro de que si hubiéramos seguido andando hacía el templo sin hacerles caso no nos habrían detenido, Angelo decide que paguemos el precio abusivo del guía. Así hacemos y después alquilamos los saris, que también son obligatorios, y subimos por la cuesta hasta el templo con nuestro guía.

El templo madre es, de hecho, un complejo que comprende 22 pequeños sub-templos. Según nos cuenta el guía, la mayoría solo pueden ser utilizados por una determinada casta (en el hinduismo, como es ampliamente sabido, la sociedad está dividida en castas exclusivas y excluyentes). El templo es bonito por la composición caótica que determina su disposición sobre el terreno, denotando su construcción sucesiva en un largo periodo de tiempo, y también por la abundancia de las pagodas de 11 techumbres de paja ya vistas en Ulun Danu. Según subimos a lo largo de la ladera del monte Agung, los templos se vuelven más sagrados y más grandes.

Según nos cuenta el guía, Besakih ganó mucho prestigio como lugar sagrado entre la comunidad balinesa al salvarse de diferentes tragedias que amenazaron su integridad física. Hace un número indeterminado de años, un incendio provocado presumiblemente por el cigarrillo de un sacerdote (y motivo de que ahora se prohíba fumar en el templo) prendió fuego a varias de las pagodas, que debieron arder como cerillas debido a los tejados de paja. Por otro lado, en 1963, la erupción del monte Agung, que mató a aproximadamente 1.700 personas en las inmediaciones, ignoró mágicamente el templo madre, pasando el magma a pocos metros del recinto.

Templo madre de Besakih

Pagodas con techumbres de paja en Besakih

Cuando terminamos la vuelta alrededor del recinto que alberga el templo madre, volvemos al coche. Es momento de resolver cómo voy a llegar desde aquí hasta el otro lado del monte Agung, al pueblo llamado Tulamben.

El taxista dice que allí no hay posibilidad de coger un taxi, pues los turistas viajan a Besakih en viajes organizados de ida y vuelta, con lo que todos los coches del parking están esperando a que sus respectivos clientes vuelvan del templo. Tampoco hay autobuses cerca. Me propongo hacer autostop, cosa que no creo que sea extremadamente difícil teniendo en cuenta que la gente de Bali, hasta ahora, es la más amable y dispuesta a ayudar que he conocido en Asia. El taxista, en cambio, me ofrece otra idea, acercarme hasta la ciudad de Klungkung, cerca de Ubud, para coger un autobús local (muy barato) desde allí. Supone un poco de rodeo desde Besakih, pero también me da la oportunidad de ver toda una zona de la isla que no estaba en mis planes.

Una vez en Klungkung, me despido de J y Angelo, que vuelven en el taxi a Ubud. Acordamos encontrarnos la tarde siguiente en Amed, al este de la isla, si es que eso es posible, pues ninguno de nuestros móviles funciona en Bali. Mientras me alejo del vehículo, la escena de Braveheart en la que William Wallace grita la palabra “¡Libertad!” con todas sus fuerzas me viene a la cabeza.

Estoy tan animado que decido darme una vuelta por Klungkung antes de ir a la estación de autobuses. La ciudad es mucho más grande que Ubud y que todas las poblaciones que hemos visto hasta ahora en Bali, y en ella se diluye en cierto modo el encanto que se respira en el resto de la isla. Me encuentro casualmente con un monumento interesante a la independencia de Indonesia (proclamada en 1945 y reconocida por Holanda en 1949). Me hace mucha gracia que en los paneles que explican la guerra de independencia, en el interior del memorial, no se haga referencia a la lucha contra las fuerzas holandesas si no contra “la compañía”, refiriéndose, supongo, a la Compañía Holandesa de las Indias Orientales, como si está fuera un estado en sí misma.


Cartel de la exposición xd

A la salida del monumento, me encuentro con una procesión curiosa en la calle, con una gran carroza llevada a hombros por una turba de gente en la que va subido un señor joven que mueve un cetro de manera omnipotente. Detrás, otro nutrido grupo de balineses (todos hombres), lleva a otro hombre medio en volandas, agarrándole. Este segundo hombre también lleva un cetro, ropa ceremonial balinesa, y parece que esté a punto de desmayarse por algún tipo de trance. Un camión circula delante de toda la comitiva y rocía agua desde una manguera sobre los que sufren el peso de la gran carroza; el calor a estas horas es abrasador, aumentado por el asfalto y la ciudad. Toda la parafernalia da tres vueltas alrededor de la gran estatua que está en medio de la plaza central, junto al memorial a la independencia, para después continuar, seguidos por al menos cien personas. Me pregunto qué significa todo esto…

Procesión

Yo continúo caminando después de presenciar el curioso desfile, doy una última vuelta, miro un par de templos, y enfilo hacía la estación. Pese al calor, y al peso de mi mochila, me siento muy cómodo andando solo por Klungkung. La ciudad, aun siendo más populosa y asfaltada que los pueblos que tanto me han gustado en Bali, también goza de rincones apartados y curiosos. Me meto por algún patio interior, atravieso jardines y me cruzo con niños, adultos y ancianos que me sonríen y saludan por igual. Siento que podría dar la vuelta a Asia así, caminando, tan solo con mi mochila y mi ipod, si tuviera el tiempo y el dinero necesarios…

La estación de autobuses, como era de esperar, es un caos de furgonetas, gallinas, y conductores que me intentan llevar a sitios a los que no quiero ir. Se llama estación de autobuses, pero no hay autobuses ni recorridos al uso, tan solo furgonetas que van a sitios aleatorios y que están allí aparcadas esperando a llenarse para salir. Me siento un rato pensando el siguiente movimiento, pues me dicen que ninguna va a Tulamben desde allí. Me ofrecen llevarme a otra ciudad, Karangasen, a una hora de Tulamben, pero allí me encontraría en una situación parecida.

Después de descansar un rato y pensar mientras observo la vida de los hombres y mujeres que deambulan sin rumbo por la estación, la mayoría para cambiarse de banco cuando empieza a darles el sol de lleno y seguir durmiendo la siesta, decido tomar la iniciativa.

Me acerco a un conductor cualquiera y le digo que cuánto por ir directamente a Tulamben. Negocio. Lo de siempre: para él ir a Tulamben supone un esfuerzo terrible, y está cansado, y luego no puede traer a nadie de vuelta, etc. Quiere más dinero. Al final llegamos a un acuerdo, cinco dólares, él se monta contento en la furgoneta y me insta a sentarme a su lado en vez de hacerlo en la parte trasera. Yo también estoy satisfecho con el precio así que allí vamos.

El hombre es un señor mayor, de unos cincuenta y algo, sin dientes y con una coleta de pelo blanco bastante larga. Tiene la barba amarilla alrededor de la boca de fumar, y cuando me pasa uno de sus cigarrillos sin filtro entiendo por qué. Es algo así como fumar madera. Como la mayoría de balineses varones, se llama Made, y no habla mucho inglés. Aun así, conseguimos una comunicación decente, me pregunta qué hago por allí solo, de donde soy, lo típico. Al cabo de un rato, tras ofrecerme unos cacahuetes muy muy rancios que se está comiendo con avidez, dejando muchos pedazos en su barba, ya lo considero un amigo. Me hace gracia cómo se ríe con cada cosa que le cuento, aunque sospecho que no entiende ni la mitad.

El trayecto no podría ser más agradable. Aunque la furgoneta traquetea ensordecedoramente, no es capaz de pasar de 60 kilómetros por hora, y no tiene aire acondicionado, circulamos cruzando el sugerente paisaje balinés con la ventana abierta y el viento en la cara, comiendo cacahuetes revenidos. Impagable.

Paramos a recoger a algunas personas en varios puntos, y, tras más de cuatro horas, llegamos por fin a Tulamben después de haber cruzado la zona de terrazas de arrozales colindante al monte Agung, la más impresionante de la isla hasta el momento. Los valles sucesivos de belleza sin igual, y el cono perfecto del volcán dominando todo desde sus tres mil metros de altura: como dicen los británicos, breathtaking, quita el aliento.

Valles

Después de intentar racanearme unas rupias a última hora, mi amigo Made desaparece para no volver, dejándome con mi macuto en mitad de una carretera con un par de hotelillos y restaurantes.

Tulamben es poco más, pese a ser uno de los mejores puntos para realizar inmersiones marinas, así como snorkeling, de toda la isla, y por tanto, de todo el mundo, con un barco de la segunda mundial hundido a menos de 20 metros de la costa (¿Por qué creéis que he venido?). Es algo bueno de Bali el que las cosas se mantengan pequeñas, con hostales en cabañas y no en monstruosas torres blancas.

La primera habitación que veo cuesta 350 mil rupias indonesias, unos 35 dólares (el cambio lo calculo en dólares durante mi estancia en Bali por la sencilla razón de que un dólar equivale a unas 10.000 rupias), no es para mí. Me planteo dormir en la playa y la idea me tienta, pese a que en Bali me estoy encontrando con unos insectos que dejan en calzoncillos a los bichitos que tenemos en Europa. Decido mirar un poco más y la incertidumbre se resuelve enseguida cuando encuentro una cama en un dormitorio (vacío) por 50 mil rupias.

Me tomo un nasi goreng con gula; arroz frito (algo que siempre viene bien saber decir) se dice igual en Malasia y en Indonesia, como tantas otras cosas ya que el idioma indonesio es una derivación muy cercana del malayo, ¿o era al revés…? Después me dirijo a la playa sin más dilación, ando con ganas de remojarme un poco tras el caluroso trayecto en la furgoneta de Made. No obstante, en seguida descubro que la playa no es tal, las olas chocan contra unas escaleras de piedra y la arena es negra volcánica con granos del tamaño de pequeños cantos. Aun así me doy un baño agradable y floto un rato con la mirada clavada en el monte Agung, que se alza a una distancia no excesiva.

El baño me cura del cansancio y vuelvo al hostal renovado, tostándome bajo los últimos rayos de un sol que ya se empieza a ocultar tras las palmeras.

El hostal, llamado Diving Concepts, está gestionado por unos buceadores franceses de edad respetable con los que hablo un rato durante la cena. Les cuento que desde que mi tímpano explotó (literalmente) buceando en Alemania hace unos nueve años no he vuelto a sumergirme ni siquiera en piscinas debido a la sensación molesta que aún siento en el oído y al recuerdo del horrible dolor (diría que el peor que he experimentado en mi vida) de la rotura y posterior infección.

El viejo Cousteau jefe del hotel enfatiza durante largo rato en que no hay ningún problema gracias al sistema de descompresión que se usa al descender a las profundidades e ignora el hecho de que no tengo título o carnet de buceador ni nada que se le parezca. Me ofrece un buen precio por una primera inmersión guiada hasta el barco hundido y un escalofrío de excitación me sube hasta la cogotilla. Dividido interiormente, lo pienso un rato pero al final le digo que OK. Como dice el gran Alberto, que ya dejó la ONG y está viajando y pintando sus murales surrealistas por Nepal: “no risk, no fun”.

Después de tomar la decisión salgo a dar una vuelta. El hostal, así como el resto de Tulamben, está casi completamente desierto (bendita tranquilidad). Me subo con el ipod a la modesta azotea en obras del Diving Concepts y desde allí, sentado en un bidón vacío, contemplo la puesta de sol durante más de una hora. Relajado, dejo que mi mirada surque la sinuosa cima del volcán Agung mientras el suave contorno se difumina lentamente y las estrellas empiezan a brotar de la negrura espacial una a una como flores luminosas que se abrieran de repente.

El Monte Agung desde Tulamben

Cuando bajo la escalera, con la mente clara como el agua de las costas balinesas, el mosaico estelar sobre los montes, que ya son solo moles informes apenas visibles, es digno de estar entre los mejores que habré visto en mi vida. La Vía Láctea se adivina como una neblina que cubre la autopista principal de las estrellas.

Después, escribo un par de páginas (que ahora veis) en el bar del hostal en compañía de las aburridas camareras indonesias hasta que el sueño y los múltiples insectos nocturnos empiezan a hacer mella en mi inspiración literaria y arrastro los pies hasta la cama.


La paz nocturna y el cielo de Tulamben quedarán registrados en mi memoria junto con el resto de imágenes espléndidas que este día en Bali me ha regalado sin pedir nada a cambio.

1 comentario:

  1. qué decir... envidia del viaje, y sobre todo de los ratos esos de estar solo, con musiquilla, a lo tuyo, mientras pateas por sitios nuevos :_)

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