miércoles, 13 de marzo de 2013

Kek Lok Si


El despertar después de la extraña noche en Georgetown resulta duro. Cuando la alarma suena inclemente a las diez y media de la mañana, lo primero que oigo son quejidos, cuerpos que se revuelven entre las sábanas, y súplicas que ruegan por media hora más de sueño. Decido darles un respiro y me voy a duchar, haciendo un gran esfuerzo para subir la escalera irracionalmente empinada del hostal. En la ducha, más despejado, pienso que si mis compañeros siguen en la cama cuando vuelva al cuarto, me iré a dar una vuelta y quedaré con ellos más tarde en algún sitio.

No obstante, me sorprendo al ver que todos ellos ya están levantados y preparándose para partir. El plan del día consiste en buscar un modo de llegar a Kek Lok Si, un gigantesco complejo de templos budistas, el más grande de Malasia, para después tratar de caminar desde allí a la colina de Penang, que se eleva sobre Georgetown, y bajar luego por los jardines botánicos de vuelta a la ciudad. Angelo describe mi plan como “excesivamente ambicioso”, y, dado el ritmo que llevamos en esa mañana resacosa, no puedo más que darle la razón. Pregunto a la escalofriante recepcionista y más o menos me hago una idea del autobús que hay que coger, aunque la “señora” (dudamos mucho de su género) no es un derroche de amabilidad ni de información útil.

En cualquier caso, para cuando terminamos de desayunar unos huevos revueltos y unas tostadas en un sitio bastante occidental y perdemos el autobús a Kek Lok Si de la una, la mañana ya ha dado paso a un abrasador calor de media tarde.

El siguiente autobús llega tras media hora de tediosa y tórrida espera. En cambio, el viaje, de una hora aproximadamente, resulta muy agradable. Atravesamos los suburbios de Georgetown hacía el Sur, pasando por un templo budista de estilo tailandés y comprobando que, en efecto, los festejos por el año nuevo parecen haber sido mucho más multitudinarios en las afueras.

Tras una curva, el templo de Kek Lok Si aparece de improviso, brillante entre la lejana jungla salpicada de bloques de viviendas suburbiales. No había investigado mucho sobre este templo antes de decidir venir (con saber que era el santuario budista más grande de Malasia me bastó). Es por eso que quedo boquiabierto ante la visión de la espectacular pagoda de unos 30 metros de altura, que surge de entre los tejados coloreados de otros templos que tapizan la totalidad de la ladera de una colina selvática y se eleva en compañía de una gigantesca estatua de una diosa taoísta, aún más grande, que se alza en lo alto del complejo.

La visión de este complejo sagrado desde el mundanal y pegajoso tráfico de la barriada de Air Itam, donde se detiene el autobús, resulta evocadora. Casi parece que estuviéramos peregrinando en dirección a las rojas escaleras que suben hacía Buda, que espera tranquilo en lo alto de la colina.

Kek Lok Si

Durante la subida, el devastador calor hace que Angelo saque un paraguas y lo empuña durante a lo largo de las escaleras mientras J anda junto a él, cogiéndole del brazo. La escena tiene un punto colonial (el blanco en tierras lejanas, del brazo de la concubina local) y esto a Angelo le encanta, pues el es único de nosotros que prefiere considerar el periodo colonialista desde su punto clásico y refinado.

Angelo y J

Antes de llegar a los templos, hemos de pasar aún por un gran mercado cubierto que ocupa todo el píe de la colina (allí, Angelo asesora estilísticamente a Alberto, que se prueba varias camisas de esas horribles que lucen los señores chinos que atienden las tiendas de todo a cien a lo largo y ancho del mundo) y por un bullicioso estanque de tortugas, en el que hay cientos de ejemplares de muchísimos tamaños diferentes. Me quedo allí un buen rato observando hipnotizado como estos animales de apariencia prehistórica trepan unos sobre otros para devorar sin decoro alguno las hojas de lechuga que los parroquianos del templo les arrojan en abundancia.
Tortugas hambrientas

Tras el estanque se accede al complejo, donde hay que pasar por 3 grandes templos hasta llegar a la pagoda principal. En estos recintos hay efigies de todas las reencarnaciones de Buda, así como de diversos dioses taoístas de diferente índole. Con motivo del año nuevo lunar, se han instalado dispensadores de piezas de “oro” que son proporcionadas junto con crípticas recomendaciones para el año que entra, así como árboles de los deseos, en cuyas ramas los fieles cuelgan papeles con peticiones.

Con todo lo que leí y aprendí sobre la religión budista antes, durante y después de mi viaje a Nepal y China, en el que visité decenas de templos, me siento un poco guía mientras paseo con mis compañeros por las diferentes estancias del complejo. Les explico lo que sé de los diferentes conceptos, las reencarnaciones, las cuatro grandes verdades budistas y la búsqueda de la paz y el conocimiento a través de la meditación y el contacto con la naturaleza.

En el templo no hay penas turistas occidentales, tan solo cientos de chinos realizando sus rituales y como de costumbre, haciendo un uso excesivo a sus cámaras fotográficas.

Tras atravesar una pequeña plantación de calabazas verdes alcanzamos la pagoda de siete techumbres que domina la parte baja del templo. Resulta a la par espectacular y curiosa de admirar, pues se dice que ostenta un diseño birmano en la parte superior, tailandés en el centro y chino en la planta baja. Desde arriba, las vistas del valle son magníficas: La selvática colina de Penang a un lado, ligeramente más alta, la gran estatua de 36,5 metros de altura de la diosa Kuan Yin a otro, alzándose y observándolo todo desde la parte más alta de la ladera que alberga el templo, y la urbe de Georgetown en la lejanía, con el mar refulgente y calmo tras ella.

Pagoda con mezcla de estilos en Kek Lok Si

Vistas desde lo alto de la pagoda
Tras descansar un rato en lo alto de la torre, donde el viento de las alturas consigue mitigar ligeramente el dominio despótico que el sol ejerce en este sábado, descendemos de nuevo y cogemos un funicular que sube unos cuantos cientos de metros hasta la estatua de Kuan Yin.

En mi opinión, estos funiculares, construidos para facilitar el camino hasta centros de peregrinación en lo alto de montañas o colinas (también vistos en China durante la subida al monte Emei, una de las cuatro montañas sagradas del budismo), estropean en cierto modo la experiencia espiritual o física que este ascenso debe significar. El significado de alcanzar estas cimas no debe residir únicamente en rezar en los templos más elevados, sino también en sufrir el esfuerzo del arduo camino hasta ellos como forma de preparación y sacrificio realizada en pos del fin que quiera que se persiga con la visita a la deidad. 

En cualquier caso, alcanzamos el recinto de la estatua en escasos 5 minutos y una vez allí, damos una vuelta por un parque que contiene estatuas de cada uno de los 12 animales zodiacales chinos, un lago con peces de colores, la propia estatua gigantesca, y unas más pequeñas que protegen a la deidad y que me recuerdan bastante a Dragon Ball, no sé por qué.

Protectores

Después descendemos de nuevo, volviendo a cruzar el templo y disfrutándolo una vez más. Una vez en el píe de la colina, comemos nasi goreng (arroz frito) y enfilamos la carretera por donde nos indican que se llega a la colina de Penang.

Nos queda como mucho una hora y media de luz, así que, con suerte, aún podremos ver el atardecer sobre Georgetown desde lo alto de la colina, olvidándonos de los jardines botánicos, a los que quizá volvamos otro día. Alberto y yo dejamos bastante atrás a Angelo y Joan, que están algo cansados por la paliza de escaleras que nos hemos pegado en Kek Lok Si.

Al llegar a la colina, nos encontramos de bruces con que subir en el transbordador cuesta 50 ringgitazos. Dado el escaso presupuesto con el que todos andamos, nos parece excesivo para una puesta de sol, sobre todo cuando preguntamos a unos americanos (muy rednecks, con acento paletazo), y estos nos dicen que arriba no hay prácticamente nada y que las vistas son parecidas a las que pueden verse desde Kek Lok Si.

Algo frustrados, volvemos por la misma carretera hasta Air Itam, y allí esperamos al autobús.

En efecto, mi plan ha resultado ser demasiado ambicioso, y Angelo no duda en recordármelo con sorna y mala baba. En ese momento, la noche, que llevaba un rato anunciándose y dejando caer lentamente su manto, toma definitivamente el control sobre los últimos resquicios de resistencia diurna y es entonces cuando toda la colina donde reposa Kek Lok Si se ilumina de forma colorida y estridente. La visión desde la parada de autobuses resulta espectacular y nos anima un poco a todos. Aquello parece una miniatura de Las Vegas, o cualquier otra ciudad paraíso del neón, en versión budista.

Kek Lok Si iluminado

Todos callamos, cansados, en el viaje de vuelta. Al llegar, nos metemos en un restaurante indio muy agradable en el que un ratoncillo sale regularmente de un agujero bajo nuestra mesa para olfatear y recoger arroz que le coloco junto a la guarida pese a las protestas y la indignación de los demás.

Después, algo repuestos por la suculenta ingesta de rotis y pollo tandoori, decidimos dar una vuelta por Little india, más sórdida y oscura que Chinatown durante la noche y llena de individuos que merodean al amparo de las sombras haciéndonos desviarnos un par de veces. La zona está muy muerta, pues es considerablemente tarde para un Domingo, pero cuando ya vamos de camino al hostal de la calle Chulia, nos cruzamos con un bar que proyecta una música bastante buena hacía la calle desde unos altavoces en la terraza. Convenzo a los demás para entrar al menos a echar un ojo.

La atmosfera en el interior es muy agradable y la música, como he dicho, ligera y de calidad, así que me apresuro a pedir una cerveza de importación, algo cara que solo ese ambiente se merece. El problema llega cuando uno de los integrantes del único grupo de gente que está en el bar en ese momento se dirige a mí. Es un tipo gordo, de unos treinta y muchos, borracho y mal encarado, occidental (aunque en un primer momento pienso que puede ser judío de Israel), que me dice que por qué soy tan chulo con mis pendientes, y por qué me miro al espejo, tal cual. Le digo que quién demonios es y él me dice que es el que está poniendo la música, luego relaja el gesto y se ríe. Cruzamos dos o tres frases más y los demás me instan a tomar la cerveza fuera, en la terraza.

No tengo ningún problema con el personaje, por eso les digo que prefiero estar dentro, pero Alberto se ha puesto tenso. El caso es que al rato de animada conversación fuera del bar, el molesto individuo sale en nuestra busca y dice que España es una mierda de país (en lo cual, en cierto modo, y con ciertos matices en los que no voy a entrar, lleva cierta razón. Pero como siempre pienso, no es lo mismo que lo diga yo a que lo diga un gordo desconocido en un bar que probablemente no ha estado ni en España). La cosa no acaba ahí, después mira  a J, dice que parece una niña, tras lo cual empieza a preguntarle si es virgen. Esto nos parece bastante más ofensivo, así que lo cortamos y le decimos amablemente que por favor nos deje en paz y vuelva a su música (que, y he de concederle eso, es bastante decente). El tío no parece querer buscar problemas del todo, simplemente es un gilipollas y no puede hacer nada por evitarlo. Antes de que se meta de nuevo en el bar le pregunto de donde es, solo por curiosidad, a lo que el tío responde con orgullo ¡Serbia! Gente tendente a crear problemas, los serbios, no es la primera vez que me encuentro con gente muy agresiva de este país.

Cuando las conversaciones empiezan a enmudecer debido al sueño, nos ponemos en movimiento. Pese a que yo tengo intención de quedarme un rato más en el bar, nada más volver a entrar el serbio, ya en un nivel vergonzoso de borrachera, me suelta una verborrea inmunda de improperios. Como sé que la cosa no puede acabar bien si me quedo, opto por seguir a mis compañeros y volver a la relativa comodidad del hostal de la calle Chulia. 

3 comentarios:

  1. Una retirada a tiempo es una victoria, dicen.
    Cuidate de los borrachos. La alcoholemia elevada conduce a todo el mundo al mismo nivel de estupidez, independientemente de la nacionalidad, religión o sexo. Besos chaval.

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  2. tu alimentación me preocupa, y bastante

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  3. La verdad es que pensé que le ibas a sacar partido al nombre, porque parece de coña; es precioso para un perrillo y también para los cereales. Besos de tu madre

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