Es
importante socializar en la oficina; hablar con gente, escuchar rumores, hacer
contactos con los diferentes departamentos. Al fin y al cabo, es parte de mi
trabajo aquí: escuchar historias, ganarme la confianza de la gente de manera
que me faciliten mi trabajo publicando sus testimonios en internet. De vez en
cuando, sobre todo durante los primeros días, solía sentarme con grupos de
gente random a la hora de la comida con el objetivo de involucrarme y darme a
conocer. En una de estas comidas escuché a una chica francesa, Salwa, (hija de
padre marroquí y madre vietnamita, muy muy guapa. De hecho, si existe una
combinación mejor, por favor, no quiero saberla) hablar de un viaje que
planeaba junto con mi compañero de habitación, Angelo, a las Cameron Highlands,
una zona montañosa a considerable distancia de Kuala Lumpur con un clima más
fresco, plantaciones de té y muchas rutas de trekking por la jungla. Enseguida
mostré mi interés en recibir más detalles y apuntarme al plan cuando llegara el
momento.
Dos
semanas después ya había hecho buenas migas con ambos, italiano y francesa, así
que me propusieron entusiastamente que les acompañara a este viaje de apariencia tan interesante.
En este
tiempo había aparecido un español por la ONG, Fernando, un tipo divertido y
dicharachero, que venía de
currar como puerta de discoteca en Londres, amante del tabaco y la
cerveza, con el que en poco tiempo también llegué a establecer una relación
agradable, unidos por la mala vida en las cafeterías del barrio de Segambut. En
cuanto le comenté el plan también decidió apuntarse a la excursión de fin de
semana, animado por la huida del calor capitalino que esta prometía.
Más
gente fue invitada por supuesto, pero por unas razones o por otras, ya fuera
por vagancia o compromisos laborales, aquel sábado fuimos los cuatro europeos
los únicos que nos levantamos a las 6 para encaminarnos a la estación de
Puduraya.
Esta vez
no hay confusión, al llegar a la estación una empleada nos indica el mostrador
adecuado de entre las decenas que abarrotan la terminal de salidas y enseguida
tenemos los tickets, algo más caros de lo esperado.
El
autobús resulta de nuevo muy cómodo, más incluso que el que me llevó hasta
Malaca, con asientos extra reclinables que casi parecen camas y amplitud
suficiente para expandirse holgadamente en la comodidad del terciopelo. Al
sentarnos, una cucaracha que baja por la cortina nos corta un poco el rollo,
pero una vez que una toba despiadada la propulsa hacía los asientos delanteros,
el disfrute es total.
De
nuevo, consigo con gran esfuerzo no dormirme, y la travesía me recompensa con
algunas de las mejores vistas que he visto nunca desde un autobús. Al cabo de
una hora desde la salida de Puduraja ya surcamos las junglas tupidas del
interior de Malasia, para más tarde empezar a ascender por carreteras sinuosas
y estrechas y gozar de las infinitas y placenteras tonalidades del verde de las
colinas que delimitan las Higlands. Pasamos frente a poblados medievales y
junto a bellísimas cascadas mientras, junto con la altitud, crece la calidad
del paisaje y la profundidad de los valles y barrancos. Un servidor siente una
paz especial al pasear la vista por estas colinas e imaginar la profundidad y
diversidad de la vegetación virgen y la vida salvaje que allí habita libre de
trabas, una tranquilidad y una sensación de estar en el lugar adecuado que no
ha encontrado en muchas ocasiones antes.
El conductor,
pese a ser bastante suicida, no llega ni de lejos a los niveles demenciales de
los conductores nepalíes, que subían barrancos del estilo y más profundos a más
de 120 kilómetros por hora por el medio de la carretera y sin rozar el freno en
las curvas. Pese a todo, hay un par de momentos tensos cuando debemos pegarnos
excesivamente al borde del acantilado para dejar pasar a otro autobús o a un
camión, pues la carretera es demasiado estrecha para permitir el paso cómodo de
dos vehículos de envergadura.
Tras
cuatro horas de grato trayecto, despierto a mi compañero Fernando pues hemos
alcanzado Tanah Rata, ciudad diminuta y capital de la región de las Highlands.
La
ciudad consta básicamente de una calle principal repleta de restaurantes y
hostales, con una de las aceras más suntuosa y repleta de turistas y la otra
más modesta, con precios más bajos para los ciudadanos locales. No es una
ciudad bonita, ni lo pretende, pues acepta humildemente su papel neurálgico de
necesaria antesala edificada para la región de espectacular naturaleza en la
que se encuentra.
Una vez
fuera del autobús, deleitado por el clima fresco, propongo buscar el hostal
Charlie´s Lodge, en una de las pocas callejuelas adyacentes, pues según he
leído tiene precios asequibles y goza de un ambiente bastante acogedor y
relativamente limpio. Pese a una pequeña confusión inicial, no tardamos en
encontrar el lugar y una vez allí somos atendidos por una enérgica
recepcionista (y por lo que parece, dueña) que enseguida nos coloca en una
habitación de cuatro con dos camas pequeñas y una grande. El italiano se
asegura su sitio en una de las camas individuales con una velocidad atroz,
alegando que es pésimo para dormir acompañado. Resulta evidente que no vamos ni
a plantear el que Salwa, extremadamente tímida y musulmana practicante, duerma
con uno de nosotros, así que Fernando y yo colocamos resignados las mochilas en
la cama grande a la vez que bromeamos sobre la noche que nos espera juntos y él
me avisa sobre sus ronquidos y flatulencias nocturnas.
Antes
de volver a la recepción, me doy una vuelta para echar un ojo a las exiguas
dependencias del hostal. Al pasar por una sala con un televisor diminuto, no
puedo evitar reparar en un occidental que yace hecho un ovillo en uno de los
sofás mientras fuma un cigarrillo apáticamente, con la mirada puesta en una
película de acción de aspecto lamentable. El hombre está muy demacrado y es
bastante mayor, además de parecer estar bajo el efecto de muchas drogas al
mismo tiempo. Su aspecto me hace pensar en esos viajeros que han perdido el
norte, que no han superado del todo el ir durante demasiado tiempo de un lugar
a otro sin pararse mucho en ningún sitio, en esos mochileros que nunca
volvieron a casa.
Bastante
impactado, me reúno con los demás frente a la directora enérgica y ella nos
explica una serie de tours que podemos contratar allí mismo.
Son las
dos, así que oficialmente, hemos perdido la mañana del sábado. Esto es debido a
no haber podido coger el último autobús del viernes pues inexplicablemente
salía a las cinco y media de KL y no estábamos por la labor de pedir la tarde
libre pues el ambiente con los jefes en la oficina está algo crispado desde
antes de que yo llegara. Decidimos andar libremente lo que resta del día y
contratar un tour para mañana temprano.
No me
gusta la idea de los tours, pues generalmente acaba en gran medida con el
elemento exploratorio, que es básicamente la esencia del viajar. No obstante,
al ser las Cameron Highlands un lugar bastante grande, dudo que podamos
desplazarnos entre muchos de los lugares que ofrece si vamos andando o en el
limitado transporte público (coger un taxi no es una opción) en solo un día y
medio, de manera que doy mi voto positivo y acabamos contratando el tour para
las 8:45 de la mañana siguiente.
Estas
gestiones dan hambre a cualquiera, así que después nos acercamos a un
restaurante indio y degustamos unos rotis con pollo y arroz, un menú del que
creo que no me cansaré nunca. Con el estómago lleno emprendemos la marcha en pos de una ruta que he planificado
consultando los mapas. El plan consiste en llegar hasta las cataratas de Robinson,
a unos veinte minutos de Tanah Rata, y desde allí coger una de las dos rutas
posibles: la 9 o la 2 (todas estas rutas forestales están numeradas).
Llegar
a las cataratas, no obstante, resulta algo lioso, pues una de las orillas del
río está cortada por la vegetación y debemos volver hasta el puente más
cercano. Es durante este camino, al pasar por una zona de barrizal, cuando nos
damos cuenta de que Salwa no ha traído el calzado adecuado para hacer trekking;
en cambio, lleva una especie de cangrejeras de goma sin calcetines. Un fallo
grave, teniendo en cuenta que ni siquiera hemos entrado en las rutas
propiamente dichas y el camino ya se está poniendo bravo.
De
todas formas, no nos queda más remedio que continuar pese a este contratiempo
que afecta a nuestra compañera, y pronto llegamos a las cataratas, hermosas y
brillantes en mitad de la vegetación exuberante que rodea al río.
Cataratas de Robinson |
Poco
después encontramos el comienzo de la ruta número 2, la que sube directamente y
en muy poco recorrido hasta los 1.840 metros del monte Gunung Beremban.
La
entrada a la ruta no es fácil de ver, pues sube a pico hacía arriba por unos escalones
de tierra cortados de la misma montaña entre la selva, que lucha por hacerlos
desaparecer.
Entrada a la ruta 2, aunque no la veas, está ahí |
Allí, enfrentados al camino, paramos a tomar decisiones. Son las tres y diez de la tarde, y en el pueblo nos han dicho que en la selva, al no llegar el sol tardío, oscurece a las cinco y media, dos horas antes de lo normal. Según la guía que llevo, la ascensión al monte Gunung Beremban dura 2 horas a buen paso, dos horas y media probablemente si una de las personas del grupo lleva cangrejeras; la bajada puede ser fácilmente una hora y media más. La ruta 9 sigue su camino a lo largo del río, pero no parece ni mucho menos tan atrayente por lo que podemos ver de ella desde donde estamos. De ahí la indecisión de los demás miembros del grupo, yo tengo claro desde el principio que voy a subir por la ruta 2. Ese camino que se adentra en vertical en la selva debe ser recorrido
Por si
fuera poco lo que parece estar en nuestra contra en lo que respecta a esta ruta
de montaña, mientras esperamos aparece otra expedición, con un guía en cabeza.
El grupo está formado principalmente por alemanes, aunque hay una chipriota y
varias personas que no se identifican.
Pregunto al guía si es posible hacer lo que nos proponemos, subir y bajar el Gunung Beremban en dos horas. El guía niega con la cabeza a la vez que sonríe. No dice que sea imposible, pero nos recomienda encarecidamente que no lo intentemos, los alemanes le dan la razón y nos cuentan que la subida es dura, que no conseguiremos salir de la selva antes de que anochezca. Una de ellas mira con sorna los zapatos de Salwa, niega con la cabeza y nos pregunta si al menos tenemos linternas. Decimos que no y la mujer, prepotente, como casi todos los alemanes, resopla casi con lástima por nosotros. Aquello hace que me decida aún más a intentarlo, y mis compañeros están conmigo, aunque ellos tienen la idea de subir durante una hora para ver un poco el camino y volver… Yo en cambio pienso llegar a la cima, creo que soy capaz y tengo prisa asique les impulso un poco y enseguida estamos despidiéndonos del grupo que se marcha hacía la comodidad de Tanah Rata y poniendo nuestros pies sobre el primer escalón de barro.
Pregunto al guía si es posible hacer lo que nos proponemos, subir y bajar el Gunung Beremban en dos horas. El guía niega con la cabeza a la vez que sonríe. No dice que sea imposible, pero nos recomienda encarecidamente que no lo intentemos, los alemanes le dan la razón y nos cuentan que la subida es dura, que no conseguiremos salir de la selva antes de que anochezca. Una de ellas mira con sorna los zapatos de Salwa, niega con la cabeza y nos pregunta si al menos tenemos linternas. Decimos que no y la mujer, prepotente, como casi todos los alemanes, resopla casi con lástima por nosotros. Aquello hace que me decida aún más a intentarlo, y mis compañeros están conmigo, aunque ellos tienen la idea de subir durante una hora para ver un poco el camino y volver… Yo en cambio pienso llegar a la cima, creo que soy capaz y tengo prisa asique les impulso un poco y enseguida estamos despidiéndonos del grupo que se marcha hacía la comodidad de Tanah Rata y poniendo nuestros pies sobre el primer escalón de barro.
La
subida inicial se compone de múltiples saltos de casi un metro de barro
resbaladizo atravesado por mil raíces y ramas húmedas y podridas. Ascender es
divertido porque se trata casi de una escalada, usándose tanto las manos como
las piernas. Tras el primer tramo, muy duro, la cosa se calma un poco durante
unos pocos cientos de metros, pero luego aparece una subida mucho más larga y
más empinada si cabe que la primera. Cojo buen ritmo, muy motivado por llegar a
la cima, y enseguida dejo atrás a mis compañeros, alcanzando una velocidad de
subida muy decente. Me siento bien moviéndome entre la selva, trepando sobre
árboles caídos, apartando lianas, agarrándome a ramas y raíces milenarias con
mis botas y mis manos.
En la
oscuridad de la selva el aire es denso y está inmóvil, estancado. La humedad se
puede palpar con los dedos de las manos y me envuelve como un manto que me reduce
a un elemento más del entorno natural en el que me sumerjo como un pez en el
agua. Mis movimientos son fluidos, la caminata es ligera y el esfuerzo y el
sudor se diluyen en la embriaguez generada por los efluvios de este ente vivo
cuyo mismo centro atravieso. Es la primera vez que me zambullo en el interior
de una criatura como aquella selva que envuelve a la montaña, protegiéndola de
los demás elementos desde mucho antes de que el hombre pusiera su píe en este
planeta, pero es casi como si un instinto primigenio me poseyera en ese momento.
No tengo miedo, no estoy cansado, solo soy capaz de seguir adelante, corriendo
y trepando como un animal salvaje, como si las ramas fueran una extensión de
mis brazos y el barro una disolución de mis piernas y el sudor una sublimación
de mi espíritu.
Jungla |
La marcha
es perfecta, me posee de tal forma que abandono completamente a mis compañeros
y cuando vuelvo a un estado de consciencia real, al llegar a un claro de
considerable altura con espectaculares vistas a las laderas vecinas, me doy
cuenta de la imprudencia que hemos cometido. La claridad baja a una velocidad
alarmante, y la selva es mucho más tupida de lo que había imaginado, si anochece antes de que hayamos abandonado la montaña tendremos problemas, pues el camino
ya es bastante difícil de seguir por momentos incluso de día. No tenemos
linternas, ni comida, y el agua se está terminando.
Vistas desde el claro |
Me paro
y espero a mis compañeros, es necesario que tomen una decisión sobre si
continúan o vuelven, y quiero
comunicarles mi intención de seguir con o sin ellos para bajar luego por otra
ruta que aparece en mi mapa, más corta y escarpada, de manera que no me estén
esperando o buscando si nos perdemos definitivamente. Grito sus nombres hacía
las profundidades del abismo verde pero no hay respuesta, están aún lejos. Me
siento y disfruto de las vistas hasta que por fin aparecen Salwa y Angelo,
exhaustos y sin Fernando. Me dicen que el español se ha quedado muy atrás y les
ha gritado para que sigan sin él. Probablemente este camino del hostal a estas
alturas. Les digo que voy a acelerar el ritmo un poco más para alcanzar la cima
en menos de una hora y que me dé tiempo a bajar, que si ven que se hace de
noche vuelvan al hostal por donde han venido y que yo intentaré bajar por la
otra ruta. Ellos están dispuestos a seguirme y esto me sorprende bastante, no
me esperaba que llegaran suficientemente bien hasta ese punto como para pensar
en seguir (sobre todo teniendo en cuenta los zapatos de Salwa). En cualquier
caso, retomo la carrera hacía la cima y enseguida me topo con un cartel que
indica que un tercio del camino ya está hecho. Sé que estoy superando mis
límites, y sé que puedo conseguirlo, así que sigo subiendo con energía, aunque
ahora sí, bastante afectado por el calor y la humedad.
Enraizado |
Estoy a
punto de perder el camino un par de veces pues este desaparece entre la
vegetación desbocada y no parece posible continuar. En un punto me detengo de
nuevo a esperarlos para decidir cuál de los dos aparentes caminos que aparecen
en torno a un árbol muy podrido y ramificado es el que debemos seguir. Tardan
unos cinco minutos nada más en alcanzarme, pues también llevan un buen ritmo, y
decidimos uno de ellos pues el otro parece perderse a unos cincuenta metros del
árbol. Pasamos por encima de uno de sus brazos y continuamos.
En un
momento dado, yendo muy adelantado y tratando de hacer el mínimo ruido posible
para no alterar a los animales salvajes que seguro me observan desde la oscura
distancia, diviso lo que me parece una especie de gato alargado muy cerca de
donde estoy. La criatura se esfuma con velocidad felina y detrás de ella pasa
otra sombra parecida que también se pierde entre las ramas. Aparte de los
pájaros diminutos y coloridos que revolotean sobre mi cabeza y graznan de árbol
en árbol, es la única vida salvaje que me encuentro en el camino.
Al cabo de una media hora larga desde el cruce
de caminos, me encuentro con una placa metálica amarilla muy
oxidada y llena de garabatos apoyada contra un árbol en un pequeño claro abovedado
con vegetación exuberante. Me acerco a ver que hay escrito en la placa y leo
con sorpresa: Gungung Beremban, 1.840 m.
Estoy
en la cima. Y aunque la altura sea más bien nimia y las vistas estén casi
ocultas por la selva y las nubes que me rodean (solo durante unos segundos,
cuando una nube se va y hasta que otra llena el vacío cielo azul, puedo atisbar
un pedazo del valle que se extiende ante nosotros asomándome por el único hueco
que la vegetación deja libre en toda la cima, de menos de tres metros) siento
una abrumadora sensación de triunfo.
Dejo mi
mochila en el suelo y disfruto del silencio de la cima, mis piernas arden con
doloroso fuego y estoy absolutamente cubierto de sudor, con la camiseta pegada
al cuerpo como una capa de piel sintética, mi pelo está tan mojado como si me
acabara de dar una ducha pero mucho más sucio y con telarañas y hojas que se me
han pegado al pasar por debajo de árboles caídos. Me tumbo en una especie de
escalón que alguien ha creado en el claro para que los viajeros descansen tras
el ascenso. He alcanzado la cima en una hora y veinticinco minutos.
Cima |
Vistas momentáneas del valle |
Allí
espero un rato en una felicidad y una relajación casi completa hasta que
aparecen Salwa y Angelo, que también lo han conseguido en un tiempo record. Estamos
eufóricos porque hemos conseguido hacer algo que nos habían dicho, (exagerando
mucho, todo sea dicho, incluido el guía) que era imposible, y aún nos queda
tiempo de sobra para bajar por una ruta diferente, la número 7.
Al ver
que el sol aún es relativamente visible, nos permitimos el lujo de disfrutar un
poco más en la cima. Escribo mi nombre en la placa de la cumbre, como han hecho
otros tantos cientos antes que yo, y buscamos una manera de hacernos una foto
de grupo. Entonces ocurre algo extraño, cuando estamos a punto de desistir pues
nuestras cámaras son pésimas, tienen temporizadores disfuncionales y se caen
allá donde las colocamos, aparece un señor mayor chino de edad indefinida y
expresión ausente que viene de la ruta 5, otra que también llega a la cima, desde
el Norte. El señor no dice prácticamente nada, pues no parecer hablar inglés,
pero al vernos batallando para hacernos la foto los tres juntos, se ofrece a
hacérnosla él con un gesto. Una vez tirada la foto, sin pararse en la cima ni
un segundo más, el señor chino misterioso desaparece por la ruta 2 hacía abajo
tan rápido como ha aparecido, perdiéndose en la jungla. Nos quedamos un poco
extrañados, pues ha aparecido en el momento exacto en el que se le necesitaba
como caído del cielo. Como no nos queda agua, agitamos la botella vacía al aire
con la esperanza de que el señor chino aparezca de nuevo por la ruta 5 con unas
garrafas para volver a irse inmediatamente después de rellenarnos la botella,
pero no ocurre nada. Quizá solo haya sido una coincidencia.
Foto tomada por el señor chino misterioso |
Tras
unos veinte minutos de disfrute de la victoria sobre la montaña, comenzamos el
descenso. Como bien dice mi guía, la ruta 7 es mucho más escarpada que la 2. Al
ser bajada no existe tanto problema, pero en ocasiones llegamos a enfrentarnos
a caídas de más de dos metros y a un barro endiabladamente resbaladizo que me
hace perder pie varias veces. Una de estas caídas, tras la que me quedé
atrapado de forma divertida en una grieta de barro, está grabada en vídeo: http://www.youtube.com/watch?v=UhdQlU4OJKw&feature=youtu.be
Bajada por la ruta 7 |
Aun así,
el ritmo no es malo y consigo llegar hasta el píe de la montaña en
aproximadamente cincuenta minutos. Salgo de la jungla y aparezco en un
terraplén de unos cuatro metros que da a una plantación de fresas de tamaño
considerable. Con razón decía la guía que el comienzo de la ruta 7 era difícil
de encontrar: se halla detrás del último invernadero de la plantación, lejos de
la ciudad y con el camino cortado por el terraplén, posiblemente producto de la
ampliación de la plantación de fresas.
Allí,
tras el invernadero, espero veinte minutos hasta que aparecen mis compañeros,
entonces echamos un ojo por allí y nos metemos en una de las grandes carpas de
plástico blanco. Como no hay ningún tipo de vigilancia y estamos hambrientos,
nos atiborramos de fresas robadas que saben a gloria. Yo no paro de comer hasta
que me duele la tripa.
Después
emprendemos el regreso y en una media hora llegamos a la calle principal de
Tanah Rata, donde nos encontramos nada menos que a Fernando tomando cervezas
con un alemán y un suizo que ha conocido en el camino de vuelta. Los tipos son
agradables e invitan a tabaco así que me quedo y me tomo una Tiger mientras
Salwa y Angelo se van al hotel a descansar.
Por la noche, cenamos todos en un restaurante indio.
Pido roti con queso y pollo tikka masala y disfruto una de las mejores cenas,
si no la mejor, desde que estoy en Malasia. Me la he ganado.
Una vez terminada hasta la última migaja de la
comida servida, con las piernas machacadas, volvemos al hostal y allí tomamos
algo en el bar adyacente. Allí aparecen de nuevo el alemán, que resulta estar
bastante más tarado de lo que en un inicio parecía e intenta atraer a unas
chicas que andan por allí a base de gritos guturales (tiene como 45 años), y el
suizo, más tranquilo, al que hablo de la ONG dado su marcado interés (de hecho
ahora está preparándose para ir de voluntario a nuestra escuela en Camboya).
Después de esto, más muertos que vivos, retornamos a
la habitación y nos preparamos para mal dormir allí. Lo último que veo antes de
cerrar los ojos es la cara de Salwa, que me sonríe y me da las buenas noches
desde la cama de enfrente, preciosa sin las gafas y con el pelo revuelto. Estoy
muy sorprendido por cómo ha caminado esta chica, con esas cangrejeras de plástico,
logrando alcanzar la cima sin quejarse ni darse por vencida en ningún momento.
Esa noche sueño con la jungla, vuelvo allí y
asciendo montañas por caminos escarpados llenos de barro y raíces hasta el
amanecer.
Muy ameno. Mejor que lNational Geographic. Lástima que no se vea nada de fauna. Cuidado con los bichos. Cuanto más pequeños, peor.
ResponderEliminarAnimo Vitín
Qué chula la experiencia Vitin!
ResponderEliminarvictor!! me encanta!!!
ResponderEliminartrepando y retrepando!
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