martes, 19 de febrero de 2013

Arañas, té y terror en la selva


Por primera vez en un mes, me despierta un frío intenso. Es una sensación que enseguida pasa de ser agradable a incómoda. Fernando ha tirado de la manta hasta apoderarse del 90% de ella, y cuando tiro para recuperarla, gime como un bebé gigante y tira más fuerte hasta que se la lleva entera y se acurruca con ella.

No consigo volverme a dormir, así que me hago un ovillo hasta que el despertador suena menos de una hora después y salto de la cama para ser el primero en la ducha. Mucho más tarde, cuando todos están listos, salimos a esperar al conductor que debe llevarnos por el recorrido incluido en el tour. Por supuesto, llega algo tarde, y durante la espera conocemos a un holandés que nos cuenta que lleva viajando solo por el sureste 4 meses y que pasará con nosotros el resto del día. Es uno de esos viajeros moreno y fibroso, con gorra y media melena, que atraen tanto a todas las tías. Tiene unos 30 años, es bastante majo y no está tan tarado como otros.

Una vez en la furgoneta desayunamos rotis con chocolate y fresa mientras paramos a recoger a más gente: una americana y una pareja de chinos jóvenes que van vestidos como si fueran concursantes de Gran Hermano. Alguien debería decirle al gobierno malasio que menos azotar públicamente por fumar porros y más por llevar maletas de ruedas, faldas y chubasqueros rosas a las Cameron Highlands, crímenes mucho peores.

La carretera sube serpenteante hacía la parte aún más alta de las tierras altas y de camino nos regalamos la vista con las primeras colinas de las plantaciones de té. Vistos de cerca, los arbustos de té no son más que cuadrados de hojas de un verde intenso, similares a una planta de aligustre común y corriente, sin embargo, con la perspectiva que da la distancia, la visión de las loma recorridas por las filas infinitas y perfectamente trazadas de cuadrados de té es una de las cosas más hermosas que he visto.

Primera vista de las plantaciones

Pronto, pasados los 1.500 metros (aprox.), nos sumergimos en la niebla y las vistas cambian el encanto relajante de las lomas por la luminosidad extraña que se refleja en las brumas blanquecinas de las nubes, que tampoco está nada mal.

Cuando paramos, estamos en la cima del Gungun Berinchang, la montaña más alta de las Highlands, con 2.032 metros de altura. Subimos a un puesto de observación que se eleva unos 20 metros más sobre el terreno, pero las vistas son nulas desde el interior de una nube, así que bajamos rápido pues el viento corta en lo alto de la torre.

Algo defraudado por la cumbre, veo como la chica de la pareja de turistas chinos (turistas con mayúsculas) toma fotos o videos de su novio moviendo los brazos ortopédicamente pretendiendo nadar en la niebla. Es algo muy estúpido de ver y siento frustración por no disponer de más días para estar en las Highlands; son precisamente esas imágenes las que se intentan evitar cuando se huyen de estos fatídicos tours.

Desde la cima, descendemos unos pocos cientos de metros (para lo que nos hacen estúpidamente volver a montarnos en la furgoneta, aumentando mi frustración) hasta llegar a la entrada de una ruta por el “mossy forest” o bosque húmedo. Este consiste básicamente en una jungla muy cerrada con unos niveles de humedad elevadísimos, en remojo dentro del mismo mar de nubes que cubre todo el macizo. Todos los árboles y raíces están totalmente cubiertos de musgo y lianas que se asemejan a serpientes. Todo está empapado, la madera de las raíces que cubren la totalidad del suelo es blanda y cede como una esponja bajo mis botas (hasta el punto de que, por momentos, parece que pedazos enteros de tierra van a hundirse hacia abajo por la ladera del monte), gotas de agua caen por todas partes y hay plantas carnívoras cilíndricas de un rojo intenso que contrastan de forma casi artística con el verdor del musgo que lo invade todo.

Es en entorno muy diferente a la selva en la que hemos estado el día anterior, muy singular, todo parece transcurrir de forma diferente allí dentro, más despacio, enfocado desde un prisma diferente y misterioso. Estar rodeado de esas plantas extraordinarias y esa bruma densa que se desplaza lentamente alrededor, cubriéndolo todo con un envoltorio móvil que forma parte de la vida del bosque, es ciertamente extraño; hasta el punto que me imagino estar explorando un pedazo de roca caída del espacio exterior, con especies de otro mundo que deben ser estudiadas y catalogadas.

Reconociendo la selva húmeda
Bifurcación

Sorprende la falta de vida animal, más allá de las aves que de vez en cuando emiten sus graznidos alarmados desde las inmediaciones y alguna libélula de proporciones desmedidas. Vemos cientos de telas de arañas, rellenando cada hueco de cada árbol carcomido por la humedad, pero ni una araña, nada. El guía nos asegura que allí habitan miles de insectos, incluidas tarántulas de gran tamaño y cosas aún peores, pero que durante el día, y más si hay gente cerca, se ocultan en los más profundo de sus madrigueras ponzoñosas.

Tras un rato avanzando, llegamos a una zona de difícil acceso en la que se han instalado unas pasarelas de madera para que la china no se manche las infames zapatillas con lentejuelas que calza con desparpajo. De esta forma, la jungla pierde todo su encanto, el misterio desaparece y la sensación de recorrer un mundo diferente se oculta bajo las maderas de conglomerado de la pasarela. Así no se hacen las cosas, esa jungla no merece aquello.

Tras un rato aburrido paseando por la pasarela, decido tomar medidas. En un recodo del camino, aprovecho que marcho en último lugar junto con Fernando para saltar la balaustrada y seguir un camino que se aleja de la ruta que los demás han seguido y se adentra en la humedad del bosque.

Fernando me sigue un rato, mientras la selva se vuelve más enraizada a nuestro alrededor y el camino recobra sus cualidades de tierra ignota. Vuelvo a sentirme cercano a la esencia del terreno que me rodea, trepando por la ruta y metiendo las manos en agujeros podridos para auparme sobre los árboles caídos que ahora forman parte del limo. En un lugar récondito entre las ramas, descubrimos unas plantas carnívoras aún más grandes que las vistas en las afueras del bosque, e intentamos, sin éxito, acariciarlas con un palo simulando la presencia de un insecto para que se cierren.

Planta carnívora

El hecho de no haber visto casi ninguna araña hasta ahora ayuda a acrecentar mi sensación de seguridad. Solo en un momento, al pasar por debajo de una gran raíz, algo vivo y grande atraviesa mi cara con un rápido movimiento, provocando un aspaviento y haciendo que me atice en la cara con la mano y me revuelva el pelo frenético. No he visto lo que era, y parece que ya se ha ido, así que sigo caminando.

Había planeado simplemente acercarme a echar un ojo al camino salvaje y volver con resignación al grupo para no dejar del todo tirados a Angelo y Salwa, pero no puedo evitar ceder de nuevo ante el hechizo de la naturaleza virgen. Hasta el punto de que, cuando Fernando me anuncia que él no prosigue, pues el barro nos llega casi hasta los tobillos y las raíces se han vuelto demasiado resbaladizas y traicioneras, decido seguir un poco más y ver qué hay más allá, qué secretos pueden encontrarse allí olvidados (no parece que esta ruta haya sido recorrido en un tiempo considerable, pues la vegetación ha tomado auténtico control sobre el camino, estableciendo un dominio absoluto).

Jungla virgen
Mayor profundidad


Camino alrededor de diez minutos más en la profundidad del bosque. En un punto indefinido, el camino deja de existir y tan solo existe el barro y los troncos podridos, la humedad y el silencio lleno de ruidos a mi alrededor. De repente, me detengo. Un pensamiento ha perturbado la tranquilidad de mi paseo: ¿Y sí resultara que no soy bienvenido allí? . Las gotas de humedad que resbalan por mi frente se vuelven frías y la selva se hace más grande mientras yo me vuelvo diminuto, solo ante la vasta naturaleza virgen. Los graznidos de un ave resuenan en la cercanía de una forma antinatural, nunca he escuchado un sonido así, casi parecen provenir de una garganta humana. Es en este momento cuando una de las historias de Aaron, mi amigo de Sabah, me viene a la cabeza, una historia de apariciones en la selva, de fuegos fatuos y espectros a los que se debe evitar la mirada. La sensación de seguridad que me insuflaba fuerzas para seguir se derrumba como un castillo de naipes, y los árboles retorcidos a mí alrededor se me vienen encima, me siento vulnerable y rodeado.

Me quedo paralizado durante unos segundos, y entonces una punzada de pánico sobrenatural me atiza en la nuca. Con un nudo en la garganta, echo a correr en dirección contraria, de vuelta, todo lo rápido que me permiten las piscinas de barro, que casi parecen arenas movedizas a estas alturas, y los árboles que crecen bloqueando mi camino.

Enseguida alcanzo a Fernando y los dos volvemos a la pasarela donde nos separamos del resto del grupo. Ni entonces, ni ahora, logro entender lo que ocurrió allí, aunque quizá no es algo que deba ser entendido, quizá de vez en cuando debamos suprimir esa ansia tan humana de comprenderlo todo. Le sensación de que algo no era normal en aquella parte de la jungla me invadió de una forma extraña, y preferí no seguir indagando para comprobar qué secretos imperturbables se escondían más adelante. Sentí una presencia, aunque, quizá era la propia jungla la que se presentaba ante mí, en su estado más puro y salvaje. En cualquier caso, después de aquello, creo que entiendo algo mejor los ritos de iniciación de tantas tribus indígenas, a lo largo y ancho de todo el globo, consistentes en pasar un largo tiempo solo e incomunicado en medio del bosque o la jungla o en lo alto de la montaña. Pues, solo la naturaleza en estado salvaje e incorrupto, con su vasto poderío físico, puede ofrecer verdaderas experiencias e iluminaciones mentales y espirituales. http://www.youtube.com/watch?v=6adSPve3e14&feature=youtu.be 

En lo más profundo

Cuando estamos desandando el camino de la pasarela apresurados, nos encontramos al guía, que anda buscándonos. El resto del tour lleva esperando por nosotros casi media hora así que cuando volvemos a la furgoneta no nos sentimos los tipos más populares del mundo. Esto me recuerda a la mítica vez en la que nos separamos de un tour en la montaña Emei en Sichuan, China, e hicimos esperar al resto de gente casi una hora, con las consiguientes miradas reprobatorias y comentarios cargados de odio, al menos aquella vez eran todos chinos y ni uno solo hablaba una palabra de inglés para echarnos la bronca.

Continuamos bajando por la ladera del Gungun Berinchang hacía las plantaciones de té de Boh. Por el camino nos detenemos en una de las rayadas laderas verdes y tenemos la ocasión de dar un paseo entre las geométricas plantas de té. Para entonces, el holandés errante y la americana ya han hecho buenas migas y ella le sigue a todas partes, enamorá perdía. Se alejan mucho por la ladera y esta vez nos toca esperar a nosotros, nos la debían.

Mientras esperamos, disfruto de las armoniosas laderas de la plantación, admirarlas lentamente resulta tan relajante como una infusión hecha con algunas de las millones de diminutas hojas que componen sus arbustos. El guía nos cuenta que el nombre dado a la plantación Boh no es por apellido del dueño, como mucha gente piensa (yo ya me había imaginado a un señor chino de la era colonial con sombrero, bigote y monóculo, paseándose por sus amplias tierras con un esclavo sosteniendo un paraguas sobre su cabeza, Mr. Boh); la realidad es que cuando los ingleses llegaron allí y preguntaron a los agricultores chinos asentados en la región si se podía plantar té en las colinas ellos tan solo dijeron boh, “no” en chino. Pero los ingleses, que no eran muy de fiarse de nadie que no fuera ellos mismos, decidieron aun así comprar todas las tierras y plantar té en ellas. Y ya ven, las Cameron Highlands llevan siendo uno de los centros principales de producción de esta planta (concretamente, té negro) para las grandes compañías inglesas de té (sobre todo para Lipton) desde entonces, aunque ahora estén en manos de un millonario sueco que vive en una gran mansión sobre la plantación que puede verse desde donde estamos. Con la intención de lanzar una broma mordaz hacía los agricultores a los que habían usurpado, algo muy británico también, llamaron a la gran plantación, plantación Boh.

Plantación Boh

Cuando vuelven los desaparecidos, que quizá se hayan escondido para darse una alegría rápida, nos acercamos hasta el museo de la plantación donde aprendemos algo sobre el proceso de recogida y procesado del té gracias a unos paneles muy sosos y gozamos de increíbles vistas de las ondulaciones verdes desde un mirador. Allí aprendo que lo que se usa para rellenar las comunes bolsitas de té suelen ser las hojas más desbrozadas, lo que queda después de que hayan pasado todos los filtros, vamos, la morralla. Si se quiere disfrutar del sabor del té de verdad, debe prepararse una infusión a partir de las hojas enteras y nos las migas secas que nos dan en las bolsitas.
La plantación

Cuando acabamos de disfrutar de las vistas, pasamos por la tienda sin comprar nada y nos dirigimos hacia nuestro siguiente destino, la granja de mariposas de Cameron Highlands. En realidad es una especie de zoo de insectos y alimañas variadas con unos bichos cojonudos y solo una sala de mariposas por la que se puede pasear en la compañía de algunos ejemplares del tamaño de puños que vuelan con relativa libertad. 

Vemos un escarabajo que es casi tan grande como mi antebrazo, sapos gigantes, un recinto con decenas de serpientes de un color verde chillón entrelazadas, serpientes grandes y rojas con cuernos muy venenosas, un bicho hoja que se nos sube por la mano y el cuerpo y que parece un diminuto extraterrestre, escorpiones gigantes y ciempiés que dan escalofríos, y arañas de las que crean trauma. De hecho, con las arañas he soñado varias veces desde que estuve allí, son las más grandes que he visto nunca, pero las tarántulas no son las peores, hay unas negras con las patas muy largas del tamaño de una jodida mano humana y además venenosas, espeluznantes (sí, soy un pelín aracnofóbico).

Bicho hoja
Escarabajo titánico
Ojo a la araña

A estas alturas la americana ya le ha prometido amor eterno e incondicional al holandés errante y la pareja de chinos está de morros. Parecen cansados y meten prisa todo el rato, pero como estoy animado por esa visita al museo de los bichos no les presto mucha atención, el día está resultando cojonudo al fin y al cabo y pese al tour.

El siguiente sitio que visitamos es la granja de fresas de Raju, que está cerrada. No me importa porque ya nos atiborramos de fruta el día anterior y en el exterior hay una cafetería con terraza colonial. Alguien ha dejado una tarta de fresa a medias, así que además comemos gratis  mientras fumamos un cigarro con vistas a la infinita jungla. Apoyo los pies en la balaustrada mientras me relajo y pienso como se debían sentir los primeros colonos que llagaron y construyeron allí sus mansiones señoriales, en mitad de un paisaje inaudito que nunca habían visto antes y que probablemente ni sabían que existía.

Vistas desde terraza colonial

Esta visita cierra el tour, los chinos se han tenido que ir en un taxi porque perdían su autobús (en parte por culpa de nuestra lentitud). Antes de que la furgoneta nos lleve de vuelta al hostal, chequeo un par de sitios que parecen interesantes y están de camino y le pido al conductor que me deje en Brinchang, un pueblo a unos 5 kilómetros al norte de Tanah Rata. Como algunos de mis compañeros se quejan, les digo que no tienen por qué seguirme si están cansados, que vuelvan en la furgoneta, pero al final todos deciden bajarse y volver andando hasta Tana Ratah.

Por el camino nos desviamos a echar un ojo a algo llamado cactus valley, que, pese a un sugerente nombre, no es más que un invernadero cutre con cactus y chinos que venden fresas y té. Ni siquiera entramos y seguimos bajando por la carretera que atraviesa Brinchang, un pueblo más feo aún que Tanah Rata. En un desvío, tomamos la carretera de la derecha ya que estoy empeñado en acercarme al templo budista de Sam Poh, que está a una media hora en esa dirección. El lugar no me decepciona, lo llaman el templo de los 10.000 Budas por los azulejos que decoran sus muros, que parecen hechos a mano y contienen diminutos Sakyamumis coloristas. El Buda principal es bastante grande, de unos 7 metros de alto, es el más impresionante que he visto hasta ahora en Malasia.

Después de echar unos mantras en la parte de atrás del templo, volvemos a la carretera. Todo el camino de vuelta lo paso hablando con Salwa, que es la que mejor ritmo lleva de todos. Anda a mi lado con una ligereza envidiable y me cuenta cosas sobre sus deberes religiosos y sus costumbres musulmanas. Incluso me enseña alguna que otra palabra en árabe, trayéndome viejos recuerdos.

Nuestro camino pasa por un kampung, o pueblo tradicional malayo de casas bajas y elevadas sobre pilotes, muy agradable y ciertamente acomodado. Allí tenemos que preguntar pues no tenemos claro la dirección a Tana Ratah. La gente, tan amable como siempre, nos indica la carretera y más adelante atravesamos un templo hindú. Al pasar por allí me golpeo en la cabeza con una campana de oraciones, lo cual resulta bastante doloroso pues se trata de una de las grandes…

Media hora después llegamos a Tana Ratah quemados por el sol y ayudamos a Salwa a preguntar por una mezquita donde rezar, pues es la hora del rezo de la tarde y está agobiada porque ya se ha saltado los dos de la mañana. Mientras ella reza los demás comemos en el mismo restaurante indio que el día anterior, donde a Fernando y a mí ya nos saludan como si fuéramos clientes de toda la vida.

A las 7:30 sale nuestro autobús de vuelta hacía KL. Destrozado, duermo todo el camino, aunque el ruido y el trajín me despiertan brevemente en cada una de las múltiples paradas. Nada relevante pasa en el camino de vuelta, aunque una vez en KL nos cruzamos con un hombre que está haciendo caca en mitad de la acera. Muy majete, el individuo nos mira con los ojos perdidos.

Durante el último tramo, antes de caer rendido en la cama de mi habitación, ando con Salwa, dejando muy atrás a los otros dos. Cuando la miro caminar a mi lado pienso que me gustaría hacer muchas más viajes con ella. Creo que es una persona que sabe viajar, ha demostrado una resistencia admirable, y además lleva un rollo muy parecido al mío. Ojalá pudiera recorrer Asia con ella.

Con esos pensamientos cierro los ojos y doy el día por terminado.

4 comentarios:

  1. Major Saiwa que cualquier ladyboy de por allí. Por cierto, preciosa la foto de la nephentes roja (nephentes ampullaria).

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  2. Ei Vitin que tal seguimos?? Ya leo que bien. Como te dije, te copio parte del título. Aqui va lo nuestro, aunque aun me falta rodaje para recuperar mi mejor nivel:

    http://swolimstalesfromtheuk.blogspot.co.uk/2013/02/los-patos-las-patas-y-los-patosos-i.html

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