He
estado un tiempo sin publicar de manera que las cosas que van pasando por aquí
se acumulan en mi memoria y los recuerdos empiezan a entrelazarse y a
difuminarse. Toca escribir.
Estás
semanas he estado trabajando en la oficina todos los días de Lunes a Viernes de
9 am a 6 pm. Es un horario amplio pero relajado, pues se descansa bastante y
hay un tiempo de una hora para comer que yo generalmente alargo a una hora y
cuarto o una hora y media.
Mi
trabajo ha resultado ser bastante inesperado, aunque me gusta: Estoy ejerciendo
como una especie periodista interno de la ONG. Es decir, mi labor consiste en
buscar y recopilar historias relacionadas con nuestro trabajo con los niños y
escribir sobre ellas para luego publicar en internet, ya sea en forma de
artículo para la web de la ONG, en forma de post de Facebook o bien de “tweet”
de Twitter (tengo que gestionarambas cuentas en las redes sociales, soy un
community manager de esos). Tiene que estar todo escrito en lenguaje y tono
periodístico y buscan que las historias conmuevan a la gente que las lea, así
que no es del todo fácil. De todas formas a mi jefa le han gustado bastante los
artículos que he escrito hasta el momento y todos se han publicado en la web
(siempre con algún retoque hecho por ella, que es muy suya). Para recopilar las
historias tengo que moverme mucho, subo a menudo a la sección de informática,
que organiza recogidas de materiales electrónicos usados para su reciclaje
sobre las que yo tengo que escribir, y también voy al otro edificio (el de la escuela)
a entrevistar y recopilar testimonios de estudiantes y profesores para adornar
las historias y hacerlas más humanas y lacrimógenas (a mi jefa le encanta que
haya lagrimillas de por medio).
En
alguna ocasión, me han mandado asistir a determinados eventos para poder luego
escribir sobre ellos con mayor exactitud, esto me permite salir de vez en
cuando de la asfixiante oficina y le da al trabajo una variedad que resulta
francamente agradable.
Uno de
estos actos fue la celebración de un festival hindú en la azotea del colegio,
durante la cual los niños me pintaron el
bindi en la frente, y pude asistir a la cocina ritual de un postre llamado
Pongal (nombre también del festival) que consiste en arroz hervido en leche con
mucho azúcar, así como a los rezos a diferentes deidades de Rick y los niños.
El momento en que la leche hierve en la vasija donde se pone al fuego es el más
álgido de la ceremonia, pues según reza la tradición, significa que los dioses
aprueban la ofrenda que se les está haciendo (una parte de esta especie de
arroz con leche se pone en el altar para que los dioses no pasen hambre), así
que cuando esto ocurre todos los niños corren al altar y comienzan las
plegarias. Los rezos hindúes resultan muy curiosos, pues se componen de
retahílas incomprensibles de mantras en tamil dichos a una velocidad de vértigo
y sin ningún tipo de separación entre las diferentes frases o palabras, son
recitados primero por un conductor del rito y repetidos luego por el resto de
presentes. En cada una de las situaciones en que he observado este rito he
temido que la persona responsable de liderar las oraciones, en el caso del
Pongal, un niño de unos 15 años, fuera a caer sobre el altar, asfixiado por su
propia lengua…
Fue muy
interesante ver el cariño que los niños de la escuela tienen por Rick, al que
dieron de comer (con sus manos) del Pongal y besaron los pies, gestos de
profundo respeto que solo se tienen hacía los padres en la cultura hindú y que
hicieron llorar al profesor americano.
En otra
ocasión, fui enviado a presenciar la fiesta de cumpleaños de una niña malaya
que, por provenir de un trasfondo de pobreza y descuido, no había tenido nunca
la posibilidad de celebrar su aniversario. La fiesta fue en Chow Kit, un barrio
muy deprimido de la capital en el cual la mayoría de los niños son hijos de
prostitutas o drogadictos y muchos son abandonados al nacer. En esta ocasión,
además de llevar mi habitual cuaderno de notas para describir las escenas, fui
encargado de realizar las fotos del evento, durante el transcurso del cual la
niña en cuestión lloró de alegría (mi jefa contentísima) y dio de comer de la
tarta a todos los presentes para expresar su gratitud, incluido a mí. Después
los niños la dieron de comer a ella con las manos, costumbre por lo que se ve
muy extendida también entre malasios, hasta que la niña casi se ahogó y tuvimos
que detener las ofrendas. Ese día lo pase casi enteramente allí, jugando con
los niños después de la fiesta y descubriendo, al intentar enseñarles algunas patadas
de taekwondo, como la gente aquí lleva las artes marciales (sobre todo el muay
thai y el silat) en la sangre desde bien pequeños. Eran niños muy hiperactivos,
la mayoría de ellos con un gran déficit de cariño, así que fue muy fácil
conectar con ellos y enseguida algunos empezaron a llamarme “abang”, hermano.
Después de acabar la jornada, ellos mismos se ofrecieron voluntariamente a
limpiar y recoger toda la sala, mostrando de nuevo una bondad entrañable.
A aquel
cumpleaños fui con Aaron, un recién incorporado a la ONG que tiene 21 años y
proviene de la isla de Borneo, concretamente de la espectacular región de
Sabah. Desde que llegó este chaval he hecho bastantes buenas migas con él, ya
que estuvo rápido en incorporarse a nuestro pequeño club de fumadores de azotea
y trajo interesantes historias de su isla. Ha prometido enseñarme a hablar
correctamente el idioma malayo y alguna de las 10 artes marciales que
supuestamente domina.
Como
realicé bien este trabajo periodístico durante la primera semana y como, según
mi jefa, se me da bien “conectar con la gente” y me llevo bien con casi todo el
mundo en la oficina, se me ha puesto en cargo de la conexión entre el
departamento de comunicación (el mío) y los profesores. El fin de esta conexión
es mejorar la pobre comunicación que existe entre ambas secciones y limar
fricciones provenientes de la creencia que algunos profesores albergan acerca
de la mayor importancia de su trabajo frente al nuestro. Mi principal cometido
en este respecto es asistir a las reuniones de los profesores y representar
allí a mi departamento. Aunque pueda sonar aburrido, enseguida descubrí que
estas reuniones también tenían sus puntos divertidos, entre los cuales destaca
el asistir a las pequeñas rencillas que tienen entre ellos acerca de sus
cometidos y responsabilidades diarios.
Otra
cosa que ha amenizado bastante estas primeras semanas es la diversidad de la
vida en el barrio de Segambut, donde está el edificio donde trabajo y vivo. El
mercado nocturno chino que todas los Lunes enciende las calles con luces,
griterío y olores extravagantes (que van desde deliciosas frituras a frutas
realmente apestosas – en serio, hay una especie de melón con pinchos que si lo
hueles de cerca vomitas). Es una buena ocasión para darse un paseo, comer cosas
peculiares, como piel de pollo frita o cortezas de pescado, ver a señores que sacan serpientes vivas de cestas, las anuncian a pleno pulmón y luego las venden, y comprar productos
de alta tecnología china, como calcetines con los que “no se suda, siemple
seco” (¡mentira!).
También
seguimos yendo a los bares cercanos, y resulta cojonudo tener en una misma
manzana una buenísima cafetería india (destacado el roti, una especie de pan
hecho con huevo al que se le puede añadir desde queso hasta plátano y
chocolate), un restaurante chino (que pese a estar infestado de ratas que se
comen las ofrendas del altar budista
tiene noodles cantoneses muy grasientos y deliciosos) y uno malayo (con
platos ultra picantes típicos de aquí y muy baratos). Después de haber llenado
pertinentemente el buche, todo se ve con otros ojos con ayuda de unas cuantas
carísimas cervezas Tiger (solo podemos beberlas en el restaurante chino, que es
el único que está suficientemente cubierto de los paseos nocturnos de los
estudiantes y del big teacher, que nos prohíbe cruelmente la cerveza y el
tabaco).
A estas reuniones nocturnas acuden otros integrantes
de la ONG, que cambian según la noche, haciendo de la variedad también una
constante aquí. Así he descubierto como el sentarse en un bar a beber y poner
desinhibidamente al jefe a caer de un burro no es una costumbre únicamente
extendida en España. Existe una frivolidad divertida entre algunos de los
integrantes de la ONG con respecto a los líos de la oficina, la falta de
comunicación tanto vertical como horizontal y las sucias condiciones de vida
(dejémoslo ahí).
Uno de los temas que se trata con asiduidad en estas
charlas es el de la religión Bahai. Y es que toda aquella parafernalia y charla religiosa
que me puso los pelos de punta durante mis primeros días aquí corresponden a
esta religión, profesada por la mayoría de los integrantes de la organización.
Se trata de una religión bastante moderna (fundada en el siglo XIX) que predica
la unificación de todos los dioses y profetas en uno solo y que admite rezos a
cualquiera de ellos dentro de su seno, siempre que en el largo plazo se
orienten las oraciones hacía esta unión divina.
Los rezos son diarios y afortunadamente, voluntarios. Se hacen durante la tarde y en ellos se reúnen tanto estudiantes como profesores en un círculo en el cual se rezan oraciones por orden al dios de preferencia de cada uno. He estado en varias de ellas por curiosidad y ha sido interesante escuchar peticiones a Alá seguidas de invocaciones al dios cristiano o a alguna deidad hinduista. No comentaré mucho más sobre este tema.
Los rezos son diarios y afortunadamente, voluntarios. Se hacen durante la tarde y en ellos se reúnen tanto estudiantes como profesores en un círculo en el cual se rezan oraciones por orden al dios de preferencia de cada uno. He estado en varias de ellas por curiosidad y ha sido interesante escuchar peticiones a Alá seguidas de invocaciones al dios cristiano o a alguna deidad hinduista. No comentaré mucho más sobre este tema.
Con
respecto al tema de la vida en el barrio, es necesario mencionar también al
señor Jeep, un señor mayor indio que siempre está con su mujer en el
restaurante chino y que cuando se toma tres o cuatro whiskies se acerca
sistemáticamente a nuestra mesa a hablarnos de temas aleatorios y protagoniza
momentos muy divertidos, como cuando me discutió mi nacionalidad, asegurando
que yo era afgano sin dar lugar a réplica (todavía me lo dice cada vez que me
ve).
En
cuanto a las condiciones de salubridad y comodidad de la vida, he de decir que
ya no me parecen tan duras como al principio. La comida ha mejorado
significativamente en la última semana, como resultado de las múltiples quejas
de la gente (sobre todo de los vegetarianos, que son un lobby poderoso aquí),
que al parecer llevaban ya un tiempo extendiéndose como un fuego por la oficina;
no se han vuelto a ver a las cabezas de pescado ni al pollo granítico, y el
repollo picante y amarillo también se ha ido para, de momento, no volver.
El
calor, en cambio, ha aumentado debido al fin definitivo de los monzones y a la completa
desaparición de la frescura que traía la lluvia diaria. Esto ha vuelto más
activos a los insectos: las hormigas campan ahora mismo a sus anchas por la
mesa en la que me encuentro y trepan por ente las teclas de mi ordenador, y las
picaduras extrañas y de múltiples formas y picores se han convertido en el pan
mío de cada día. Lo peor en este asunto fue la mañana que me desperté con un
sarpullido enorme cubriéndome todo el hombro izquierdo (el día anterior había
acariciado a un perro en la calle, ¡error!). Todos me dijeron que tenía
“bedbugs”, o minúsculos insectos que habían anidado en mis sábanas y me
picarían sin piedad todas las noches, extendiéndose a toda mi ropa y
provocándome sarpullidos por todo el cuerpo. Cuando pregunté por soluciones
todas me parecieron extremas: “¡tira tus mantas!”, “¡lava tu ropa y tus sábanas
en agua hirviendo!” “¡quema toda tu ropa!” “¡ojo! (mientras el preguntado se
aparta temeroso del contagio)”. Como buen indolente que soy, hice nada y no se
me ocurrió que más hacer, así que esa noche me la jugué y dormí en la misma
cama y sábanas. Fue la mejor solución, pues sin quemar ni hervir nada, los
famosos “bedbugs” desaparecieron a los pocos días sin dejar más rastros sobre
mi cuerpo.
Por
otro lado, las ratas de nuestro piso se han multiplicado y vuelto más atrevidas
en sus salidas exploratorias del cuarto de los trastos, donde viven. De hecho,
un compañero contaba el otro día con mucho gracejo como se había despertado con
un picor de garras en la espalda y había espantado a una rata que según él,
trataba de subir hasta su oído para susurrarle haciéndose pasar por su novia.
Tuvo que abrir la puerta de su cuarto y esperar fuera hasta que el animal, de
un tamaño considerable, salió por su propio píe.
No
obstante, por mucha gracia con la que se trate el tema de las ratas, sé que hay
gente que está realmente cagada de miedo cada vez que sale al baño. Yo
personalmente me aseguro de que nuestra puerta esté abierta tan solo los
segundos necesarios para entrar y salir por ella. No pienso dejar que ningún
roedor anide en mis ropas pese a que no soy un gran enemigo de las ratas (las
veo con mucho mejores ojos que a las cucarachas – que también hay, incluso
dentro de la nevera – o las arañas – que aún no he visto –, y de hecho pienso
que gozan de una mala prensa debido al mainstream media que, con escenas como
la de las catacumbas de Indiana Jones y última cruzada, nos ha inducido a
odiarlas. Después de todo, son mamíferos, tiene mucho más en común con nosotros
que las despreciables cucarachas. Seguro que si fueran blancas y suaves en vez
de marrones y rabilargas las tendríamos mucho más cariño y las chicas no
gritarían tanto al verlas – cuando una se coló en la oficina hubo un auténtico
coro de gritos femeninos desproporcionados –, pero después de todo, una ardilla
rojiza y adorable podría transmitirte las mismas enfermedades si te muerde).
En otro
orden de cosas, mi compañero de habitación está resultando impecable, pese a su
manía de apagar el ventilador a las 6 de la mañana (se levanta puntual como un
reloj para hacerlo y después se vuelve a acostar), la cual hace que muramos
sistemáticamente de calor durante las dos últimas horas de sueño. Es limpio y
ordenado, no ronca ni pone música nada más levantarse como hacen los de la
habitación de al lado y además se ha mostrado bastante comprensible cuando me
olvido la llave dentro, cosa que ha ocurrido varias veces, o cuando en una
ocasión me puse por error una camisa suya que estaba en el armario donde me
dejó poner dos de las mías para que no se arrugaran, y que era razonablemente
similar a una de ellas. Las buenas formas que tuvo de decírmelo no me ahorraron
la vergüenza, no obstante, ya que toda la oficina escuchó el “perdona…¿esa
camisa es mía?”.
En
cuanto a otras actividades lúdicas, pues resulta que hay un “campo” de futbol
justo en frente de la oficina, donde estoy yendo a menudo a jugar con los
jóvenes del barrio, que aunque no hablan nada de inglés me animan siempre a
incluirme en los partidos y me pasan todo el rato el balón. Se juega descalzo y
la verdad es que es bastante molesto porque el “campo” aparte de no tener
portería alguna luce unas grietas ostentosas y está lleno de pequeñas piedras
sueltas y gravilla, pero me estoy acostumbrando. También hay una escuela de
kárate un poco más arriba, por si echo de menos el taekwondo y quiero meterme
un poco con los karatekas y, por si fuera poco, una academia de música al otro
lado de la manzana donde tienen una batería. Todavía no he conseguido que me
dejen tocar, pues las dueñas son unas chinas muy rancias que se empeñan en que
solo se puede pagar mensual y con profesor, pero es altamente probable que en
febrero me anime empezar, pues el mono de tocar se prevé por entonces bastante
considerable.
Como ya dije en la entrada anterior, me estoy acostumbrando muy bien a
casi todo y disfrutando mucho de estar aquí. Esta agradable rutina se
adereza además con la espectacularidad de los viajes durante el fin de semana,
que relataré en la próxima entrada.
Cerveza, fútbol, cigarritos, musiquita.... Pinta bien.
ResponderEliminarEchale valor y date un voltio por Borneo con/sin tu amigo.
Dicen que desde la cima del monte Kinabalu, en Sabah, en un día clareado puede verse la curvatura de la tierra..ojo!
Eliminarel melón con pinchos ese es famoso, xk x lo visto está reweno pero, como huele fatal, está prohibido comerlo en el metro y sitios así XD
ResponderEliminarya lo probaré, en Singapore intentaron prohibirlo porque son muy cool y muy limpios, pero hubo una medio revuelta y se echaron para atrás
Eliminarya has encontrado a tu borracho personal! totalmente integrado!
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