El día
siguiente he decidido tomármelo de descanso. El ritmo de mi viaje a Camboya ha
sido quizá algo excesivo hasta ahora y mi cuerpo necesita un reposo, dormir
hasta que no necesite dormir más, dando descanso a la alarma. El problema es
que a las diez de la mañana el calor que se filtra lentamente en el dormitorio
como un vapor tóxico hace las veces de despertador, expulsándome de la cama
recubierta de plástico que se ha convertido en un calefactor.
Durante
la mañana, deambulo por el Garden Village con la mirada vaga, del bar a los
ordenadores, pasando las horas. Mi piel ha pasado de color rojo irritado a
color morado sin vida, así que decido ir a la farmacia de una vez por todas hoy
que tengo tiempo. Allí un camboyano me examina y me dice muy seguro que son
hongos y que no es grave, es algofácil de coger en los hostales camboyanos. Tras
la breve explicación en khmer english me da la crema correspondiente y esta me alivia
bastante.
Después,
ya pasado el mediodía, me encuentro con Breo y Guille, que también están
descansando, pues la decisión de darse un respiro fue común. Charlamos un rato
y decidimos aprovechar lo que queda del día para hacer una breve excursión a Kompong
Phluk.
Kompong
Phluk es uno de los famosos poblados flotantes camboyanos. Se encuentra junto,
o más bien sobre, el gran lago Tonle Sap (el más grande del sureste asiático). Nos
comentan que llegar hasta el poblado no es fácil porque estamos en la estación
seca y el lago se encuentra bajo mínimos, al igual que los ríos que desembocan
en él, ahora meros riachuelos sorbidos lentamente por las secas arenas y el
extremo calor camboyano.
El tuk
tuk nos lleva hasta las estribaciones del río por una carretera con baches tan
grandes que por momentos amenazan con volcar el remolque del tuk tuk donde
vamos sentados. Breo asegura que no es una posibilidad remota, pues el
conductor, un chaval adolescente e inexperto, está yendo demasiado rápido y no
está mostrando consideración alguna con su carga.
Una vez
llegamos a la parte del río que aún tiene agua, nos encontramos con un gran
cementerio de barcos, muchos encallados en los altos terraplenes formados
alrededor del cauce seco que sigue hacía Siem Reap. Allí nos esperan un señor y
su hijo, dueños del barco que nos llevará hasta el poblado.
Cementerio de barcos |
Nuestro barco |
El
trayecto descendiendo el río moribundo resulta sufrido y lento, absoluta y
desesperadamente lento. El barco se encalla a cada pocos metros, pues no hay
suficiente agua para conducirlo río abajo. Cada vez que esto pasa, el niño, que
nos da una pena indescriptible, tiene que levantarse corriendo de sus
cabezadas, agarrar un palo larguísimo y empujar con fuerza y con maña contra el
cauce y las orillas de tierra para sacar el barco de su atoramiento. Estamos ante
un viaje que no debería ser realizado en esta época del año, cuando el caudal
es a todas luces insuficiente. Algo que, por supuesto, nos debería haber
advertido el manager del Garden Village, que fue el que nos proporcionó el
barco y el tuk tuk, asumiendo la consiguiente pérdida de ingresos pero ganando
unos pocos puntos de karma al evitarle a aquel niño semejantes penurias.
El
avance es penoso, y tardamos casi una hora en llegar al poblado. Ha de decirse
que Kompong Phluk es muy poblado pero muy poco flotante en esta época del año.
De hecho, las casas se encuentran elevadas unos tres o cuatro metros sobre el
nivel de suelo, sostenidas de forma aparentemente precaria sobre largos palos
de bambú. Esto nos da una idea de las inmensas proporciones que tienen las
crecidas del Tonle Sap y los ríos cercanos en la época del monzón.
El
pueblo es uno de los más miserables que he visto en mis viajes. El río
serpentea entre las viviendas y podemos observar como es la vida en aquellas circunstancias,
la pobreza de Camboya en primer plano, cara a cara. Es difícil de describir.
Los niños saludan desde los montones de basura que hay por todas partes, aún
sonrientes, los hombres trabajan en los barcos y llevan fardos enormes de un
lado a otro, también traen pescado del lago,
las mujeres lavan la ropa y cocinan en fuegos precarios. No todos nos
miran con cara amistosas. El agua del río es sin duda la más sucia que he visto
nunca, de un marrón intenso y espeso. Nos cruzamos con muchos barcos, todos de madera, algunas balsas son
muy precarias, a veces es difícil hacer pasar ambas embarcaciones por las
partes más estrechas y se producen choques, los ocupantes debemos sacar los
brazos y empujar las maderas podridas del bote vecino para hacernos avanzar. En
algunos tramos del río, el caudal es tan mínimo que casi nos quedamos atascados
definitivamente, pero el niño y su palo nos rescatan una y otra vez. Abundan las caras tristes. La
temporada seca no debe ser fácil para Kompong Phluk, cuyas gentes dependen casi
exclusivamente de lo que el agua que les rodea les proporcione.
Breo no
disfruta de la visita. En su opinión, esto es más un “zoo humano” que una
adecuada visita al poblado flotante. No le falta cierta razón. El contacto con
los habitantes de Kompong Phluk es mínimo. Su lento pasar frente a nosotros no
es más que un escaparate que no llegamos a entender ni a experimentar.
Tras
una hora circulando por el río, que culebrea entre las modestas viviendas
elevadas sobre bambú casi como si alguien hubiera trazado el recorrido para que
pudiéramos ver todas las partes del poblado, llegamos a la desembocadura en el lago
Tonle Sap.
Una pátina
de bruma difusa y blanquecina se desliza sobre la superficie oscura del agua
como líquido huidizo sobre cristal. Esto le da al lago un aspecto fantasmal,
etéreo. Y en mitad de esta visión atravesada por los últimos rayos de un sol
que agoniza en el horizonte, flotan casas y barcos por igual.
Tonle Sap |
A una
de las casas nos dirigimos. Es un restaurante flotante donde tomamos el
irreductible arroz frito de siempre. Junto al barco, flotando también, hay una
jaula llena de cocodrilos. Todos son diminutos menos uno que es algo más
grande, ya adulto, aun siendo una mínima parte de lo que podría ser un
cocodrilo africano (qué habitual es encontrarse en Asia a las especies presentes
en otros continentes pero con tamaño reducido, lo he visto en elefantes,
rinocerontes, personas, y ahora en cocodrilos). Me subo en la jaula para verlos
más de cerca y todos se mueven con miedo a una velocidad inusitada para
arrojarse a la parte con agua de la jaula (dándome un susto considerable) menos
el “grande”, que tan solo clava sus ojos amarillos en mí y emite un bufido
amenazante que me pone los pelos de punta. Prefiero ni pensar en lo que pasaría
si la jaula cediera y mis piernas cayeran en el interior, con aquellos pequeños
monstruos.
Cocodrilo muy cabreado (aunque no lo parezca) |
El
cocodrilo es un animal que siempre me ha fascinado, así que me quedo un buen
rato mirándoles mientras los demás charlan en la mesa, e incluso sacrifico
algunos pedazos del escaso pollo que contiene mi arroz para echárselo a ver si se
lo comen. Ni lo tocan, de hecho, huyen de él. Al ver el miedo de estas
criaturas le pregunto a la dueña que qué hacen con ellos. Ella asegura que los
tienen como mascotas, que no se los comen ni los usan para vender la piel. Sí,
claro, y yo soy el Papa de Roma (dos días después me encuentro una tienda en
Siem Reap llena de pequeños cocodrilos como estos disecados…ejem!).
Durante
la vuelta a casa, como era de esperar, se nos hace de noche y el río se vuelve
absolutamente impracticable. El niño ya no se sienta, se queda de píe en la
proa del barco, iluminado por el foco delantero y rodeado totalmente por una densa
nube de mosquitos, y con el palo constantemente en uso. El padre le regaña
severamente varias veces por no hacerlo correctamente. Está claro que ambos
están muy cansados, y nosotros nos sentimos responsables de que estén
trabajando tan duramente a horas intempestivas y en esas condiciones.
Consecuentemente, hablamos con él por gestos y le decimos que llame al tuk tuk
para que nos recoja en el poblado y no en el punto donde estaba previsto.
Cuando
la luz de la motillo aparece junto al cauce del río en mitad del silencioso
Kompong Phluk, por lo demás prácticamente en total oscuridad, nos bajamos en un
rudimentario embarcadero, dando la más sinceras gracias y una propina al padre
y su hijo.
El tuk
tuk nos lleva a través de la parte en tierra firme de Kompng Phluk, que resulta
ser más grande de lo que parecía desde el agua, y luego hasta Siem Reap por la
carretera de los baches. En un par de ocasiones, debido a los bancos de arena,
tenemos que bajarnos y empujar para que el tuk tuk pueda avanzar y el remolque
no quede atascado.
No hay
cervezas aquella noche. La traqueteante vuelta en tuk tuk es suficiente para
terminar con nuestras últimas reservas de energía.
Tras
una velada tranquila y un buen reposo, amanece nuestro último día en Angkor. Lo
primero es buscar un tuk tuk y negociar un precio para que nos lleve a los
templos más lejanos, los que están fuera del recinto principal de las ruinas.
Como hay muchos, hemos hecho un poco de research para elegir tres que parecen
los más atractivos. Les comentamos la ruta y les ofrecemos un precio, los tres
primeros no aceptan, el cuarto sí, tras unos lances de regateo.
Tras
recoger a Maikel en su hostal y comprar la comida para llevar en un restaurante
que ya está ajetreado a las 7 de la mañana (arroz con huevos negros, algo que
no había visto en mi vida), nos ponemos en camino hacía el primer destino:
Bakheng, un templo/montaña que se eleva sobre una suave colina no muy lejos de
Angkor wat y desde el cual se dominan todas las ruinas de la ciudad.
Las
vistas de los pináculos de Angkor Wat surgiendo de entre la neblinosa jungla
matinal es lo que más destaca en un templo de plano cuadrado y piramidal por lo
demás parecido a los otros vistos hasta ahora, aunque ligeramente más antiguo.
Bakheng fue de las primeras grandes obras de la antigua Angkor.
Angkor Wat en la lejanía |
El
siguiente destino es Banteay Samre, un recinto sagrado algo alejado del centro
de la antigua capital, empezado por Suryavarman II y terminado por Yasovarman
II, y dedicado a las antiguas tribus previas al imperio Khmer. Es un edificio
cuadrado y cerrado, y está construido con piedras rojizas, diferentes a las
usadas en los edificios del centro de Angkor, propias seguramente de esta zona
más alejada. La disposición en cuadrado de las columnas del perímetro exterior,
que debían sostener el tejado de un porche que ha desaparecido, me recuerda de
alguna manera a una villa romana.
Banteay Samre |
Por
último, el tuk tuk nos lleva durante una hora y media hacía el Norte, por una
carretera llena de pueblos estupendos atestados de niños que saludan, gallinas
que cruzan temerariamente, y vacas con grandes cuernos.
El último
templo que visitaremos, Banteay Srei, es parecido a Banteay Samre, también
construido con materiales rojizos pero algo más grande y abierto. Los relieves representando
escenas complejas de la mitología hindú, así como las estatuas protectoras del
mono Hanuman y del pájaro Garuda, están muy bien conservados y algunos son
realmente llamativos.
Grabados en la roca en Banteay Srei |
Estauas protectoras en Banteay Srei |
Una vez
de vuelta en Siem Reap, decidimos salir esa noche, pues es la última que yo
pasaré en la ciudad. Antes de salir, se nos une una chica colombiana que Breo y
Guille han conocido en el nuevo hostal al que se han cambiado (se cambiaron del
Garden Village a un hostal algo mejor). De camino a la zona con ambiente nos
encontramos nada menos que con Angelo. Yo sabía que mi compañero de cuarto
también estaba en Camboya, no obstante, encontrarlo supone una gran sorpresa,
así que le propongo que se una al grupo y nos tomamos unas latas en uno de los
restaurantes con mesas de plástico de la calle principal, muy animados y
baratos. Durante nuestra estancia allí una abuela que pasa por la calle me
ofrece grillos fritos, que como con avidez. ¡Perfecto acompañamiento para la
cerveza!
Tras
hastiarnos del ambiente marbellesco de las discotecas principales, donde los
backpackers adolescentes disfrutan de otra de sus noches locas, decidimos probar
una discoteca algo alejada del centro en la cual, según lo que ha leído Maikel,
se reúnen con asiduidad las juventudes oriundas de Siem Reap.
El
ambiente allí dentro es toda una experiencia: hay muchísima gente, pero somos
los únicos occidentales. El khmer pop sobrecarga el ambiente, con cambios
fulminantes que nos llevan sin transición de ritmos tradicionales con flautillas
y cantos muy agudos al techno más crudo e industrial. Todo el mundo nos mira
con fascinación, nadie se espera que estemos allí, evidenciando que este es un
lugar poco o nada frecuentado por los turistas que no han salido del Angkor What? ni una sola de sus noches
en Siem Reap.
Muchos
chicos (más sueltos que las chicas, que tan solo nos miran desde cierta
distancia, riéndose tímidamente) se acercan a hablarnos e incluso a abrazarnos
con alegría (algunos quizá con demasiada alegría). En un momento dado, durante
una canción con la que se vuelven locos, todos, chicos y chicas, forman un gran
círculo en la pista de baile y comienzan un baile tradicional ejecutando
enrevesados y fluidos movimientos con los brazos a la vez que van haciendo
girar el corro; es algo muy curioso de ver. Según pasan junto a nosotros, todos
nos dicen algo y nos hacen gestos, uno no puede evitar sentirse como un famoso.
Pasamos
un rato muy divertido allí, pero como todo, al final se acaba, después de darme
cuatro besos con una chica camboyana muy guapa, salimos y nos vamos encaminando
hacía nuestros respectivos hostales. En el camino paramos en un sitio que aún
sigue abierto y nos tomamos la última cerveza mientras me echo un futbolín con
Breo.
Es a la
salida de ese último bar donde unos niños con su madre nos esperan para
abalanzarse sobre nosotros. Nos abrazan todos a la vez y nos piden que les
demos algo por favor. Llegan a abrazarme realmente fuerte y es entonces cuando
me doy cuenta de que uno de ellos está intentando sacarme la cartera del
bolsillo, no way, punk! Así que me
los quito de encima a empujones y les amenazo con el puño hasta que desaparecen
con su madre. Pero entonces Breo se da cuenta de que su reloj ha desaparecido,
así que les perseguimos y Breo coge a uno de ellos de las orejas. Se las
retuerce preguntando por su reloj hasta que la madre le dice que se lo dé y el
niño se lo saca del bolsillo, aunque al principio lo había negado todo acusando
a uno de sus hermanos. Breo les reprende muy cabreado y todos volvemos algo
alterados a la calle de los hostales. Un episodio un tanto desagradable para
acabar una noche por lo demás bastante satisfactoria. Pero es lo que hay, así
es Camboya, un país increíble con gente increíble a la que la pobreza extrema
pone en situaciones en las que la desesperación difumina las fronteras entre la
decencia y la indecencia y estos conceptos pasan a importar bien poco.
El día
siguiente es muy tranquilo. Mi vuelo sale a las ocho de la tarde así que tengo
tiempo de ir a comprar algunos regalos al mercado de Siem Reap, pasar por el
hostal de Breo y Guille a comer con ellos y despedirme, y dar luego un último paseo
de despedida por la ciudad.
Con
algo de retraso, abandono este país fascinante para volver a la opulencia de
Malasia. Espero preguntas incómodas en la frontera, similares a las que me
hicieron a la ida (“¿Qué ha estado usted haciendo durante 3 meses como turista
en Malasia?” “¿Cuándo se vuelve usted a su país?” “¿Para qué viaja a Camboya?”
“¿Quién diablos es usted?” – Como no tengo la visa de trabajo, es ilegal que
esté currando en Malasia y mis prolongadas estancias escaman a los funcionarios
de inmigración), así que he preparado una sólida historia en la que soy un
escritor terminando un libro sobre Asia, para lo cual necesito ir de aquí para
allá.
Las
preguntas, sin embargo, no se producen. El funcionario está de buen humor, así
que mira los sellos de mi pasaporte y con una sonrisa me dice “Bienvenido de
vuelta, señor.”
A pesar de que parezca lo contrario, Breo es más turista que viajero. Si no quiere ver pobreza, qué coño pinta ahí?.
ResponderEliminarLa próxima vez, que vaya a Viejes El Corte Inglés y se prepare un tour cool por Camboya (o mejor, disfrutará más en la Gran manzana).