El
despertar después de la extraña noche en Georgetown resulta duro. Cuando la
alarma suena inclemente a las diez y media de la mañana, lo primero que oigo
son quejidos, cuerpos que se revuelven entre las sábanas, y súplicas que ruegan
por media hora más de sueño. Decido darles un respiro y me voy a duchar,
haciendo un gran esfuerzo para subir la escalera irracionalmente empinada del
hostal. En la ducha, más despejado, pienso que si mis compañeros siguen en la
cama cuando vuelva al cuarto, me iré a dar una vuelta y quedaré con ellos más
tarde en algún sitio.
No
obstante, me sorprendo al ver que todos ellos ya están levantados y
preparándose para partir. El plan del día consiste en buscar un modo de llegar
a Kek Lok Si, un gigantesco complejo de templos budistas, el más grande de
Malasia, para después tratar de caminar desde allí a la colina de Penang, que se
eleva sobre Georgetown, y bajar luego por los jardines botánicos de vuelta a la
ciudad. Angelo describe mi plan como “excesivamente ambicioso”, y, dado el
ritmo que llevamos en esa mañana resacosa, no puedo más que darle la razón.
Pregunto a la escalofriante recepcionista y más o menos me hago una idea del
autobús que hay que coger, aunque la “señora” (dudamos mucho de su género) no
es un derroche de amabilidad ni de información útil.
En
cualquier caso, para cuando terminamos de desayunar unos huevos revueltos y
unas tostadas en un sitio bastante occidental y perdemos el autobús a Kek Lok
Si de la una, la mañana ya ha dado paso a un abrasador calor de media tarde.
El
siguiente autobús llega tras media hora de tediosa y tórrida espera. En cambio,
el viaje, de una hora aproximadamente, resulta muy agradable. Atravesamos los
suburbios de Georgetown hacía el Sur, pasando por un templo budista de estilo
tailandés y comprobando que, en efecto, los festejos por el año nuevo parecen
haber sido mucho más multitudinarios en las afueras.
Tras
una curva, el templo de Kek Lok Si aparece de improviso, brillante entre la
lejana jungla salpicada de bloques de viviendas suburbiales. No había
investigado mucho sobre este templo antes de decidir venir (con saber que era
el santuario budista más grande de Malasia me bastó). Es por eso que quedo
boquiabierto ante la visión de la espectacular pagoda de unos 30 metros de altura, que
surge de entre los tejados coloreados de otros templos que tapizan la totalidad
de la ladera de una colina selvática y se eleva en compañía de una gigantesca
estatua de una diosa taoísta, aún más grande, que se alza en lo alto del
complejo.
La
visión de este complejo sagrado desde el mundanal y pegajoso tráfico de la
barriada de Air Itam, donde se detiene el autobús, resulta evocadora. Casi
parece que estuviéramos peregrinando en dirección a las rojas escaleras que
suben hacía Buda, que espera tranquilo en lo alto de la colina.
Kek Lok Si |
Durante
la subida, el devastador calor hace que Angelo saque un paraguas y lo empuña durante a lo largo de las escaleras mientras J anda junto a él, cogiéndole del
brazo. La escena tiene un punto colonial (el blanco en tierras lejanas, del
brazo de la concubina local) y esto a Angelo le encanta, pues el es único de
nosotros que prefiere considerar el periodo colonialista desde su punto clásico
y refinado.
Angelo y J |
Antes
de llegar a los templos, hemos de pasar aún por un gran mercado cubierto que
ocupa todo el píe de la colina (allí, Angelo asesora estilísticamente a
Alberto, que se prueba varias camisas de esas horribles que lucen los señores
chinos que atienden las tiendas de todo a cien a lo largo y ancho del mundo) y
por un bullicioso estanque de tortugas, en el que hay cientos de ejemplares de
muchísimos tamaños diferentes. Me quedo allí un buen rato observando
hipnotizado como estos animales de apariencia prehistórica trepan unos sobre
otros para devorar sin decoro alguno las hojas de lechuga que los parroquianos
del templo les arrojan en abundancia.
Tortugas hambrientas |
Tras el
estanque se accede al complejo, donde hay que pasar por 3 grandes templos hasta
llegar a la pagoda principal. En estos recintos hay efigies de todas las
reencarnaciones de Buda, así como de diversos dioses taoístas de diferente
índole. Con motivo del año nuevo lunar, se han instalado dispensadores de
piezas de “oro” que son proporcionadas junto con crípticas recomendaciones para
el año que entra, así como árboles de los deseos, en cuyas ramas los fieles
cuelgan papeles con peticiones.
Con
todo lo que leí y aprendí sobre la religión budista antes, durante y después de
mi viaje a Nepal y China, en el que visité decenas de templos, me siento un
poco guía mientras paseo con mis compañeros por las diferentes estancias del
complejo. Les explico lo que sé de los diferentes conceptos, las
reencarnaciones, las cuatro grandes verdades budistas y la búsqueda de la paz y el conocimiento a través de
la meditación y el contacto con la naturaleza.
En el templo no hay penas turistas occidentales, tan
solo cientos de chinos realizando sus rituales y como de costumbre, haciendo un
uso excesivo a sus cámaras fotográficas.
Tras atravesar una pequeña plantación de calabazas verdes
alcanzamos la pagoda de siete techumbres que domina la parte baja del templo.
Resulta a la par espectacular y curiosa de admirar, pues se dice que ostenta un
diseño birmano en la parte superior, tailandés en el centro y chino en la
planta baja. Desde arriba, las vistas del valle son magníficas: La selvática
colina de Penang a un lado, ligeramente más alta, la gran estatua de 36,5
metros de altura de la diosa Kuan Yin a otro, alzándose y observándolo todo
desde la parte más alta de la ladera que alberga el templo, y la urbe de
Georgetown en la lejanía, con el mar refulgente y calmo tras ella.
Pagoda con mezcla de estilos en Kek Lok Si |
Vistas desde lo alto de la pagoda |
Tras descansar un rato en lo alto de la torre, donde
el viento de las alturas consigue mitigar ligeramente el dominio despótico que
el sol ejerce en este sábado, descendemos de nuevo y cogemos un funicular que
sube unos cuantos cientos de metros hasta la estatua de Kuan Yin.
En mi opinión, estos funiculares, construidos para
facilitar el camino hasta centros de peregrinación en lo alto de montañas o colinas
(también vistos en China durante la subida al monte Emei, una de las cuatro
montañas sagradas del budismo), estropean en cierto modo la experiencia
espiritual o física que este ascenso debe significar. El significado de
alcanzar estas cimas no debe residir únicamente en rezar en los templos más
elevados, sino también en sufrir el esfuerzo del arduo camino hasta ellos como
forma de preparación y sacrificio realizada en pos del fin que quiera que se
persiga con la visita a la deidad.
En cualquier caso, alcanzamos el recinto de la
estatua en escasos 5 minutos y una vez allí, damos una vuelta por un parque que
contiene estatuas de cada uno de los 12 animales zodiacales chinos, un lago con
peces de colores, la propia estatua gigantesca, y unas más pequeñas que
protegen a la deidad y que me recuerdan bastante a Dragon Ball, no sé por qué.
Protectores |
Después descendemos de nuevo, volviendo a cruzar el
templo y disfrutándolo una vez más. Una vez en el píe de la colina, comemos
nasi goreng (arroz frito) y enfilamos la carretera por donde nos indican que se
llega a la colina de Penang.
Nos queda como mucho una hora y media de luz, así
que, con suerte, aún podremos ver el atardecer sobre Georgetown desde lo alto
de la colina, olvidándonos de los jardines botánicos, a los que quizá volvamos
otro día. Alberto y yo dejamos bastante atrás a Angelo y Joan, que están algo
cansados por la paliza de escaleras que nos hemos pegado en Kek Lok Si.
Al llegar a la colina, nos encontramos de bruces con
que subir en el transbordador cuesta 50 ringgitazos. Dado el escaso presupuesto
con el que todos andamos, nos parece excesivo para una puesta de sol, sobre
todo cuando preguntamos a unos americanos (muy rednecks, con acento paletazo),
y estos nos dicen que arriba no hay prácticamente nada y que las vistas son
parecidas a las que pueden verse desde Kek Lok Si.
Algo frustrados, volvemos por la misma carretera
hasta Air Itam, y allí esperamos al autobús.
En efecto, mi plan ha resultado ser demasiado
ambicioso, y Angelo no duda en recordármelo con sorna y mala baba. En ese
momento, la noche, que llevaba un rato anunciándose y dejando caer lentamente
su manto, toma definitivamente el control sobre los últimos resquicios de
resistencia diurna y es entonces cuando toda la colina donde reposa Kek Lok Si se
ilumina de forma colorida y estridente. La visión desde la parada de autobuses
resulta espectacular y nos anima un poco a todos. Aquello parece una miniatura
de Las Vegas, o cualquier otra ciudad paraíso del neón, en versión budista.
Kek Lok Si iluminado |
Todos callamos, cansados, en el viaje de vuelta. Al
llegar, nos metemos en un restaurante indio muy agradable en el que un
ratoncillo sale regularmente de un agujero bajo nuestra mesa para olfatear y
recoger arroz que le coloco junto a la guarida pese a las protestas y la
indignación de los demás.
Después, algo repuestos por la suculenta ingesta de
rotis y pollo tandoori, decidimos dar una vuelta por Little india, más sórdida
y oscura que Chinatown durante la noche y llena de individuos que merodean al
amparo de las sombras haciéndonos desviarnos un par de veces. La zona está muy
muerta, pues es considerablemente tarde para un Domingo, pero cuando ya vamos
de camino al hostal de la calle Chulia, nos cruzamos con un bar que proyecta
una música bastante buena hacía la calle desde unos altavoces en la terraza.
Convenzo a los demás para entrar al menos a echar un ojo.
La atmosfera en el interior es muy agradable y la
música, como he dicho, ligera y de calidad, así que me apresuro a pedir una
cerveza de importación, algo cara que solo ese ambiente se merece. El problema
llega cuando uno de los integrantes del único grupo de gente que está en el bar
en ese momento se dirige a mí. Es un tipo gordo, de unos treinta y muchos, borracho
y mal encarado, occidental (aunque en un primer momento pienso que puede ser
judío de Israel), que me dice que por qué soy tan chulo con mis pendientes, y
por qué me miro al espejo, tal cual. Le digo que quién demonios es y él me dice
que es el que está poniendo la música, luego relaja el gesto y se ríe. Cruzamos
dos o tres frases más y los demás me instan a tomar la cerveza fuera, en la
terraza.
No tengo ningún problema con el personaje, por eso les
digo que prefiero estar dentro, pero Alberto se ha puesto tenso. El caso es que
al rato de animada conversación fuera del bar, el molesto individuo sale en
nuestra busca y dice que España es una mierda de país (en lo cual, en cierto
modo, y con ciertos matices en los que no voy a entrar, lleva cierta razón.
Pero como siempre pienso, no es lo mismo que lo diga yo a que lo diga un gordo desconocido
en un bar que probablemente no ha estado ni en España). La cosa no acaba ahí,
después mira a J, dice que parece una
niña, tras lo cual empieza a preguntarle si es virgen. Esto nos parece bastante
más ofensivo, así que lo cortamos y le decimos amablemente que por favor nos
deje en paz y vuelva a su música (que, y he de concederle eso, es bastante
decente). El tío no parece querer buscar problemas del todo, simplemente es un
gilipollas y no puede hacer nada por evitarlo. Antes de que se meta de nuevo en
el bar le pregunto de donde es, solo por curiosidad, a lo que el tío responde
con orgullo ¡Serbia! Gente tendente a crear problemas, los serbios, no es la
primera vez que me encuentro con gente muy agresiva de este país.
Cuando las conversaciones empiezan a enmudecer
debido al sueño, nos ponemos en movimiento. Pese a que yo tengo intención de
quedarme un rato más en el bar, nada más volver a entrar el serbio, ya en un
nivel vergonzoso de borrachera, me suelta una verborrea inmunda de improperios.
Como sé que la cosa no puede acabar bien si me quedo, opto por seguir a mis
compañeros y volver a la relativa comodidad del hostal de la calle Chulia.
Una retirada a tiempo es una victoria, dicen.
ResponderEliminarCuidate de los borrachos. La alcoholemia elevada conduce a todo el mundo al mismo nivel de estupidez, independientemente de la nacionalidad, religión o sexo. Besos chaval.
tu alimentación me preocupa, y bastante
ResponderEliminarLa verdad es que pensé que le ibas a sacar partido al nombre, porque parece de coña; es precioso para un perrillo y también para los cereales. Besos de tu madre
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